Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: domingo 23 de febrero de 2020
Categoría: Organizaciones Políticas
Subcategoría: Democracia interna y divergencias
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Otra figura emblemática de la izquierda marxista latinoamericana, aunque no leninista, fue Salvador Allende, que si bien discrepaba con el Che en cómo hacerse del poder, perseguía la misma visión utópica de una sociedad donde no existan capitalistas opresores del proletariado; una sociedad independiente del imperio norteamericano.
Al igual que el Che, también demostró una consecuencia total con sus convicciones. En el cruento golpe militar que dio fin a su gobierno elegido democráticamente, Allende defendió sus ideales hasta morir en el palacio presidencial de La Moneda el mismo día del golpe.
Evo Morales declaró que la única manera en que saldría de palacio de gobierno era muerto. De igual modo, él y altos dirigentes del MAS proclamaron que habían llegado al poder para quedarse por 500 años ¿o eran 1.000? Sin embargo, sus actos fueron contrarios a su palabra.
A diferencia del Che y de Allende, que cuando perdieron sus vidas enfrentaban situaciones en las que llevaban todas las de perder, Morales tenía una situación aún muy expectable: el momento crítico antes de perder el poder. Tal vez hubiera podido retenerlo si hubiera estado dispuesto a jugarse por aquello que era la razón de ser, supuestamente, de su movimiento: la reivindicación y liberación de las clases oprimidas, indígenas y campesinas, después de 500 años de explotación y discriminación del capitalismo (neoliberalismo en MAS speak), tanto nacional como internacional, y del colonialismo, primero Español y después estadounidense.
Podía no haber renunciado y haberse dirigido al Chapare, donde tenía una base de apoyo social incondicional y numerosa, y desde ahí dirigido la lucha de sus huestes, alegando la defensa del orden constitucional como legítimo presidente ante un intento de subvertirlo, seguro de contar con el apoyo del Congreso donde el MAS tenía dos tercios.
Aún contaba con el apoyo de una base social significativa, en particular en el campo en occidente y probablemente también con el apoyo mayoritario en la ciudad de El Alto, o al menos, con una masa suficiente como para tener una posibilidad razonable de imponerse ante una intervención militar.
Luego hubiera podido intentar, si no mantener la lealtad de las FFAA, al menos mantenerlas neutrales, o por último dividirlas. Después de todo, por trascendidos en la prensa, el comandante en jefe de las FFAA se refería a Morales como “señor presidente”, aún el 11 de noviembre después que Morales renunciara. Mejor aún, hubiera podido adelantarse a la “sugerencia” de que renuncie la tarde del 10 de noviembre partiendo al Chapare antes de esa declaración.
Después de todo, también por trascendidos en la prensa, la presión en ese momento sobre el comandante en jefe de las FFAA para que éste interviniera ante la convulsión social y sugiriera a Morales que renuncie, era de los oficiales del Estado Mayor, no así de los comandantes operativos de las tres ramas de las FFAA, la Armada, la Fuerza Aérea, y, principalmente, del Ejército.
En otras palabras, de los que comandaban los “fierros”; de ellos dependía, en última instancia, la suerte del régimen de Morales, al menos a corto plazo.
El país posiblemente hubiera ardido, pero eso, para los verdaderos revolucionarios, no es una razón válida para dejar de imponer su visión de una sociedad justa; una visión extrema requiere que el fin justifique los medios.
Tanto Morales como sus allegados denunciaron que su vida corría peligro en esos momentos. Aparte de que es difícil creer que alguien se animara a atentar contra su vida en el Chapare, el hecho de que declare que existía ese riesgo demuestra que no estaba dispuesto a enfrentarlo, ya que lo usó como una explicación ¿excusa? para fugar del país.
En cambio, una vez a salvo fuera del país, incitó para que otros asuman los riesgos de morir, en una versión muy atenuada de un intento violento de mantenerlo en el poder, y no otros altos dirigentes del MAS, sino gente humilde que creía en él y estaba dispuesto a jugarse por él.
El Che y Allende creían profundamente que su visión de la sociedad era superior a la imperante. Con el devenir de la historia claramente se ve que estaban equivocados, pero nadie puede dudar de la sinceridad de sus convicciones a la luz de su sacrificio por lo que creían, bien o mal. Lo que hicieron en ese sentido, por más que hayan estado equivocados, perdura como ejemplo de extraordinario valor y consecuencia.
En cambio, ante la falta de consecuencia con la consigna “Patria o Muerte”, nuestros anteriores gobernantes, por su accionar, o falta del mismo, no tienen ni su versión de patria ni una muerte honorable; ni patria ni muerte, fraude.