Medio: Opinión
Fecha de la publicación: jueves 26 de abril de 2018
Categoría: Organizaciones Políticas
Subcategoría: Asambleas, cabildos
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Juventud y democracia
El Congreso de juventudes del MAS, desarrollado este fin de semana en Tarija,
concluyó con una bochornosa trifulca que derivó en intervención
policial y hasta gasificación. Desorden, violencia, insultos, pelea,
destrucción, son algunos de los elementos que se pueden observar en los
videos que circulan por las redes sociales.
No me sorprende. Sin
embargo, me genera mucha indignación y frustración ver a los jóvenes
asumir actitudes y acciones características de los viejos y corruptos
políticos de siempre. Por otro lado, es difícil que esperemos de los
jóvenes cosas que no les hemos enseñado.
Para empezar, un
congreso político, como el de las juventudes masistas, debería seguir
unas reglas del juego, unos procedimientos que todos tendrían que
acatar. La pregunta es, ¿el MAS respeta las reglas del juego en
democracia? Por otra parte, cualquier congreso político debería guardar
algunos valores democráticos como la tolerancia, la participación, la
alternancia y el pluralismo. El MAS, como partido político y como
mayoría gobernante, ¿es tolerante con los disidentes?, ¿respeta la
alternancia política?, ¿permite la participación de todos?, ¿es
pluralista?
Un congreso político, protagonizado por los jóvenes,
debería llenarnos de esperanza a todos porque creemos que una verdadera
juventud revolucionaria sabe ser crítica con los sistemas autoritarios,
se opone a sistemas cerrados y totalitarios; y busca la libertad.
Creemos y esperamos que los jóvenes no solo sean críticos con los
sistemas, sino que también sean propositivos, porque su creatividad no
tiene límites y porque el futuro del mundo está en sus manos. Pensamos
también que los jóvenes conservan grandes ideales, buscan cambiar el
mundo, y su búsqueda no considera la corrupción. Creemos todavía que los
jóvenes aspiran a la construcción de sociedades en las que prime el
bien común y no así los intereses mezquinos de personas o agrupaciones
políticas.
Pero, ya lo vemos, no es así. Nuestra juventud nos
está dando otras señales. Tal vez sea hora de preguntarnos si alguna vez
en la escuela y en la familia se les ha enseñado a vivir en democracia.
¿No habrán aprendido el autoritarismo y la poca tolerancia, habiéndose
formado durante más de doce años en escuelas donde se respira la tiranía
adultocéntrica?, ¿No habrán aprendido a romper las reglas del juego
cuando no existe un tercero por detrás que les obligue a cumplirlas?
Educar
en democracia, más allá del discurso se trata de la vivencia de los
valores democráticos al interior de las unidades educativas, esto
significa participación y diálogo de la comunidad educativa, respeto al
que piensa diferente, búsqueda de consenso, modos de resolución pacífica
de conflictos. No es entonces la lección escrita en el libro, sino un
estilo de vida lo que enseña a vivir en democracia.
Por otro
lado, es también importante educar en la autonomía moral, es decir, en
la asimilación de normas morales por propia convicción y no porque son
impuestas por terceros. La autonomía moral tiene que ver con la
capacidad de tomar decisiones libremente y asumir las consecuencias de
las mismas. ¿Cuándo les hemos enseñado a decidir a nuestros jóvenes?
Otro
elemento olvidado es la capacidad crítica. ¿Los maestros son críticos
con los contenidos que se ven obligados a enseñar? ¿Ayudan a los jóvenes
a ser críticos y propositivos para construir un país mejor?