Medio: ANF
Fecha de la publicación: martes 18 de febrero de 2020
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Hace aproximadamente un año, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt escribieron un libro provocador sobre la deriva de los regímenes democráticos a propósito de la crisis de la democracia estadounidense cuyo titulo es “Cómo mueren las democracias”, y el argumento central es que sin salir del formato institucional establecido y procesos electorales regulares, las democracias se van desmoronando por dentro, van adquiriendo matices autoritarios y erosionan sus principales pilares. Nos prestamos esta frase, tanto para el caso de Bolivia como para la mayoría de las democracias actuales, con el fin de enfatizar en “cómo mueren los partidos”.
Contenido
Los partidos políticos bolivianos están atravesando por el peor momento de su historia desde la reconquista de la democracia. Si bien continúan siendo los sujetos por excelencia de la representación política, la mayoría se han convertido en meros cascarones que no cumplen las funciones asignadas de mediación, representación, y mucho menos de agregación de intereses.
Los únicos que mantienen una estructura partidaria relativamente consistente y con cierta historia política son el MAS -que es un caso particular por su naturaleza ligada a los sindicatos campesinos e indígenas-, Unidad Nacional que ha mantenido una estructura nacional aunque con escasa vida orgánica y sin impacto electoral; y por último Demócratas por una parte y Sol.Bo por otra, cuya vigencia es básicamente territorial y está vinculada a la ocupación de espacios de poder en gobiernos locales, en un caso la gobernación de Santa Cruz en el otro la alcaldía de La Paz, estos partidos hoy han optado por formar parte de alianzas para lograr presencia nacional. El resto son siglas prácticamente vacías en busca de candidatos externos para sobrevivir, sin importar la coherencia ideológica o la trayectoria partidaria de los candidatos como son los casos del MNR, ADN, FPV, UCS, PDC Y el FRI.
Actualmente los partidos están sustentados en reducidos grupos de poder, militancias dispersas y un funcionamiento que solamente se activa en tiempos electorales. Su permanencia en el escenario político depende de su acceso a espacios públicos de poder. La historia de desgaste es larga, insondable y no tiene objeto en este momento reconstruirla. La actual justificación y la respuesta fácil es que su erosión se debe a un escenario político largamente adverso con la presencia de un partido predominante en el sistema que se encargó deliberadamente de disipar toda posible amenaza política proveniente de un liderazgo opositor o disidente, lo cual es cierto, pero es una explicación absolutamente insuficiente. Se requiere por tanto, de una autocrítica profunda referida al menos a tres dimensiones: a los propios proyectos de poder que no atraen ni a militantes ni a electores y se repiten sin salir de los esquemas tradicionales; en segundo lugar, a sus formas y hábitos de funcionamiento basados en el intercambio político y sellados en coaliciones internas inflexibles que se reproducen a si mismas desoyendo la presencia o trayectoria de la militancia y las expectativas de quienes ingenuamente se aproximan a la vida orgánica; y en tercer lugar su calidad representativa, es imprescindible una mirada de los partidos en el espejo de la sociedad que cambia de manera precipitada a cada instante. Quizás es oportuno pensar en nuevas formas de representación no partidaria, no obstante la política comparada nos muestra que la exacerbación del personalismo, los fundamentalismos religiosos y la corporativización no han sido las mejores respuestas. Existe el diagnóstico pero no el tratamiento.