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Medio: El Deber
Fecha de la publicación: martes 18 de febrero de 2020
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
Dirección Web: Visitar Sitio Web
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Este resultado tendría varios artífices que, llegado el momento, deben asumir su responsabilidad ante la historia, entre ellos Carlos Mesa, Jeanine Áñez, Luis Fernando Camacho y otros con menor incidencia que, a sabiendas de que el voto dividido de la oposición empodera más al actor político que ya gobernó 14 años, deciden porfiadamente insistir en esa fórmula que en el pasado ya demostró ser letal para los equilibrios democráticos necesarios.
Hace escasos meses en el país se gestó una revolución que obligó a la renuncia de Evo Morales. Esta gesta fue liderada mayoritariamente por jóvenes y adultos de la clase media nacional. La persistencia de sus medidas consiguió lo que parecía imposible. En ese momento, ellos clamaban por otro accionar político, pero no pasaron ni 150 días y sus voces fueron olvidadas para recuperar las viejas prácticas y proteger los intereses de siempre, que no son los del pueblo precisamente.
Que es su derecho participar en elecciones, nadie lo niega. En la reivindicación y ejercicio de ese derecho están reclamando un derecho individual, como ciudadanos; pero a la vez, en ese mismo instante, están desconociendo la voz y el derecho de las mayorías nacionales a tener una opción clara y diferente a la que ya gobernó el país durante tres periodos consecutivos.
Que las encuestas son relativas y no hay que darles mucha importancia, es posible. Se puede decir todo de ellas, pero no es correcto desconocer que, aun con sus márgenes de error e imperfecciones, proporcionan la fotografía de un momento político y señalan tendencias. Es más, tradicionalmente esas encuestas –se sabe por la historia reciente– suelen no registrar con precisión la voz del campo profundo, que tiende a favorecer al MAS, con lo cual la tendencia favorable hacia este partido sería aún mayor.
¿Cómo es posible que un partido que hizo fraude, que está acusado de muchos actos de corrupción en el ejercicio del poder, que cometió delitos de diversa índole, que fue cuando menos contemplativo con el narcotráfico, que gobernó con autoritarismo y violando derechos humanos tenga casi el tercio de la preferencia electoral?
Podemos ensayar dos respuestas: quizás el MAS es el partido que supo representar mejor la identidad de los sectores más empobrecidos y construir para ellos una auténtica opción de poder social. O quizás todos los negativos del partido de Evo Morales no pesan tanto como la decepción del electorado por la conducta egoísta y poco coherente de los líderes en los que confió en octubre pasado.
Probablemente es más fuerte el vínculo social y emocional que los errores y delitos cometidos por los militantes del MAS; eso es algo que no se puede desconocer ni subestimar, ya que hacerlo sería ingenuo y no daría una adecuada lectura de la realidad.
Por todo eso no es descabellado el título de este editorial. La denominada ‘clase’ política opuesta al MAS tiene una responsabilidad que asumir con desprendimiento, pensando en el país y no en sus intereses partidarios o personalistas. El país se merece un cambio, así sea solo por el derecho a la alternancia. Pero líderes como Mesa, Áñez, Camacho y Quiroga no parecen estar pensando en el país en este tiempo.