Medio: El Deber
Fecha de la publicación: viernes 14 de febrero de 2020
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Hace unos días, mi hijo, millennial, le contaba a mi esposa
que un periodista local -muy activo en el mundo digital- alegaba públicamente
que no le aparecía ninguna propaganda de un determinado candidato en sus redes
sociales. La explicación estaba dada porque los mensajes de ese candidato
apuntaban a una franja etaria diferente a la del informador. En la búsqueda de
eficiencia y eficacia de recursos y medios, la segmentación en las campañas
digitales de publicidad y propaganda es cada vez más precisa con sus públicos
objetivos.
En la charla, que yo escuchaba absorto, mencionaron el
documental The Great Hack (Netflix) donde se muestra el uso ilegal de datos
personales de decenas de millones de usuarios de Facebook, por parte de la
compañía Cambridge Analytica, con el fin de incidir en el resultado de la
elección de Trump (2016) y el referéndum para el Brexit.
Hace 25 años, como comunicador social, tuve la oportunidad
de trabajar en una austera campaña electoral para la Alcaldía de Santa Cruz de
la Sierra. Una encuesta de intención de voto, en diferentes barrios, fue el
único instrumento que tuvimos para orientar la propaganda electoral. Los medios
para comunicar el programa y mensajes del candidato eran muy distintos de los
actuales. Las entrevistas periodísticas, debates y mítines; junto a afiches
callejeros y visitas puerta a puerta, eran lo central. A diferencia de otras
candidaturas, los recursos para difundir propaganda en televisión, radio o
prensa eran limitados. Los teléfonos celulares recién aparecían y no tenían
mensajería de ningún tipo.
Después de ver el recomendado documental, me he preguntado,
qué tan importante pueden ser ahora las campañas digitales en Bolivia. Además
del despreocupado manejo de nuestros datos en las redes sociales, el país tiene
una llamativa estadística que ayudaría a responder mi curiosidad: según la
Autoridad de Telecomunicaciones y Transportes (ATT), “el número de teléfonos
móviles activos en Bolivia ha superado al de la población total”. En marzo
pasado, existían 11.323.497 líneas móviles, mientras que la población nacional,
según el INE, es de 11.307.314 personas.
¿Alguna vez se han sorprendido de recibir anuncios,
increíblemente precisos, como si alguien estuviera espiando sus rastros
digitales? El historial de navegación, sitios de visita, hábitos de compra,
aficiones, gustos, comentarios, “likes” y actividades en redes son fuentes de
datos personales que, sin saberlo, entregamos gratuitamente. Esta irrupción
tecnológica permitirá que los políticos, con información geolocalizada,
algoritmos de búsqueda y una base sociodemográfica documentada, minimicen
esfuerzos, se dirijan a audiencias específicas, personalicen el mensaje, creen
campañas predictivas, interactúen con el elector, potencien la comunicación e
incluso diseñen contenidos para los indecisos. El poder de los macrodatos y
perfiles sicográficos pueden ser usados en nuestra contra. La personalidad
condiciona la conducta y la conducta influye en nuestro voto. Antes, se
necesitaban expertos en comunicación y ciencia política; después, aparecieron
los estrategas en redes sociales; ahora, con bases de datos e inteligencia
artificial, matemáticos e ingenieros serán las estrellas en el circo electoral.