Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: domingo 02 de febrero de 2020
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Jeanine Añez, quien parecía un ángel restaurador de la democracia, ha lanzado su candidatura y actualmente juega el papel doble de presidente-candidato. Ciertamente, la reputación de mujer restablecedora de la democracia con la que podía haber pasado a la historia, ahora ya está en juego. Sus subalternos de partido (que en realidad, según mi percepción, son sus jefes), saltando ante la crítica de los indignados por su intempestiva decisión, salieron en su defensa diciendo que la actual presidente tenía todo el derecho de lanzar su candidatura a la Primera Magistratura, una postulación que hace solamente unos días ella negaba rotundamente. ¿Se ha perdido la moral en la política? Parece que sí, pero ya desde hace mucho tiempo. ¿Hasta qué punto es permisible para un político mentir en provecho del cálculo proselitista o su estrategia de campaña? Quizá hasta el punto en que pierde la noción de su papel que debe desempeñar o su responsabilidad histórica.
Una cosa es el poder práctico y otra cosa es el deber ético. El poder y la ética son cosas diferentes que, no obstante, deberían estar siempre juntas. Entre ellos hay brechas que nunca debieran haber aparecido.
Alcides Arguedas, en el quinto tomo de su monumental Historia de Bolivia, cita un texto del historiador y diplomático chileno Sotomayor Valdés en el cual hay una frase atribuida a Melgarejo, que dice: “Dejadme gozar, que ahora es la ocasión”. Esta frase suele repetirla con admirable ingenuidad a los muy pocos que, en nombre de la higiene de la vida y del interés del Estado, se atreven alguna vez a aconsejarle la moderación en el culto de sus vicios. Y quizá esa expresión describe la tendencia de muchos de nuestros gobernantes contemporáneos que, una vez en el poder, descubren los placeres que éste les brinda, y entonces comienzan a forjar la idea de no dejarlo y buscar un modo de permanecer en él a toda costa. Esta fatalidad histórica, que parece un grillete maldito, no es propia de Bolivia, sino de la mayor parte de Latinoamérica. Aunque también se presenta en el África. Y así, no es casualidad que todos estos países permanezcan a la zaga del progreso.
A las pocas semanas de iniciado el gobierno de Añez, llama poderosamente la atención el encono con el que se está enfrentando al masismo. Ésa no era la idea. Ningún demócrata consumado lo hubiera hecho. El ojo por ojo y diente por diente debe ser desterrado de nuestro actuar. ¿No era justamente esa saña antidemocrática la que no queríamos ver más? Yo pienso que la conciliación se está perdiendo de vista. Y si bien creo que es un total acierto el enjuiciamiento de los delitos cometidos por el anterior gobierno, creo también que el espíritu de venganza jamás fue saludable para la pacificación o la concordia de ningún pueblo.
Esa actitud de represalia contra el anterior régimen, pinta de cuerpo entero al político latinoamericano. Y la estamos viendo, una vez más, en los medios periodísticos estatales. Uno de mis últimos artículos de opinión titulaba Ideas sobre el periodismo estatal, y en él se encuentran algunas nociones de lo que considero sigue fallando en el canal televisivo Bolivia TV, la Agencia Boliviana de Información (ABI) y el diario ahora llamado Bolivia. El canal estatal ha inaugurado programas de análisis político que en realidad son trincheras de afirmación partidista gubernamental, ABI publica solamente noticias elogiosas de la presidente y el periódico Bolivia solo acoge escritos que alaban la gestión del gobierno. Esos tres medios estatales, más la radio Illimani, periodísticamente hablando, son un fracaso, y lo serán en tanto no pasen a manos privadas.
Un buen gobierno depuraría el ambiente moral, no se enamoraría del poder e intentaría zanjar de una buena vez la eterna pugna entre vencedores y vencidos, que es la causa por la cual seguimos caminando bamboleándonos hacia los extremos en el sendero de la historia.
Hace poco, el ministro de Gobierno dijo que la “única salvación para Bolivia” sería tener aÁñezcomo candidata. Más allá de que esa candidatura no vaya conforme a los parámetros de una ética que quisiéramos ver inscrita en el alma de los políticos —cosa de la que hablaremos en este artículo—, la frase retrata de arriba abajo la cultura caudillista de nosotros los latinos y, en especial,la de los bolivianos. Creemos todavía en el providencialismo y el mesianismo.
Y Añez no debiera ser candidata no por una razón jurídica sino por una razón ética. Porque su gobierno estaba destinado a llevar a cabo un proceso de transición y, sobre todo, un proceso electoral con una neutralidad que solamente pudiese haber sido fruto de una posición distante de la elección (hablando en términos partidistas).
Parece que al Gobierno no le interesa poner en tela de juicio la credibilidad de un TSE que a duras penas acaba de recomponerse luego de haber perpetrado un fraude electoral. Parece que Jeanine Añez ha olvidado que su Presidencia, importante sin duda alguna, es fruto de la sucesión constitucional y que su partido político no debiera meter las manos en ella. Y parece que ha olvidado que el pueblo que luchó en las calles por tres semanas seguidas confió en ella dos misiones: elecciones limpias y neutrales y pacificación del país. Una concepción racional de las funciones de gobierno habría hecho que los gobernantes de turno se avocaran a hacer estas dos cosas con total dedicación. Pero ahora descuidarán su gestión porque tendrán que hacer también proselitismo. Lo peor es que, ya que los funcionarios serán también candidatos, tendrán el control de los medios públicos para hacer campaña. Estas cuestiones no debieran representar una amenaza a la institucionalidad del Estado si ésta estuviera intacta, pero no es el caso.
Uno más de los muchos desaciertos de la candidatura de Añez es que ésta dispersará el voto, frente a un voto masista todavía importante en términos cuantitativos.
Lo último que deseo señalar en este artículo, y que es un elemento de no menor importancia ymuy preocupante si es que la presidente llegara a ser elegida en las urnas, es la improvisación de la alianza que firmó con otras organizaciones políticas, coalición tan precaria por ser estar integrada por fuerzas heterogéneas, que ningún lazo ideológico o programático se distingue ni podrá distinguirse en ella. En ellos, está primando más la búsqueda del voto a través de la agrupación de militantes y adherentes de distintas tiendas, que la búsqueda de votos a través de la creación y una propuesta sólida, estructural y de largo aliento para el país.