Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: martes 11 de febrero de 2020
Categoría: Órganos del poder público
Subcategoría: Órgano Ejecutivo
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Antes de reflexionar sobre todo esto, el país se anegó en un mar de temor y de incertidumbre. Hubo un despecho generalizado. Se esperaba otra cosa de Jeanine. Uno de sus colaboradores resumió la reacción popular de la siguiente manera: “antes éramos extraordinarios, ahora somos ordinarios.” Varios candidatos expresaron fuertes críticas ante la nueva competencia.
Se la acusó de incumplir su palabra; de que su modo de acceder a la presidencia solamente la habilitaba para una gestión transitoria y no para ser candidata a nada; de haber designado autoridades electorales parcializadas con su candidatura; de abandonar el papel neutral que todos esperaban de una presidencia transitoria; de abusar del poder tal como lo hizo Evo.
Se la acusó de dividir las candidaturas con el pretexto de unificarlas; de arriesgar el éxito de la transición; de desestabilizar el sistema político; de destruir las condiciones de la paz civil; de anteponer sus intereses personales y políticos al bien común; de perder la legitimidad y el prestigio que ganó antes de declararse candidata; de reforzar la decepción de la gente con la clase política; de volver a atizar la acostumbrada violencia de Evo Morales y el MAS.
Jeanine tuvo poco tiempo para cumplir con el plazo de inscripción de su alianza. No dio una explicación oportuna y convincente para reducir la ansiedad colectiva. Tampoco contó con la colaboración de su ministra de Comunicación, que renunció muy airada repudiando esa decisión. A los pocos días esta misma exministra reveló su compromiso con otro candidato.
Algunos analistas señalaron que la presidencia se ejerce durante las 24 horas del día, incluso mientras se duerme. A partir de esta aguda observación concluyeron que no es posible separar la gestión de gobierno de los actos de campaña. Esta rápida conclusión merece un análisis más detenido.
No se puede negar que un presidente que se presenta a la reelección somete su gestión en curso a un examen riguroso. Si los votantes estiman que es mala, pueden elegir a otra persona. Los otros candidatos tienen la ventaja de parecer frescos y perfectos por no los vemos desgastándose en el poder. No corren el riesgo de que se desmenuce su desempeño presidencial.
Por supuesto que un presidente en ejercicio puede usar, pero no debe abusar, del poder durante su campaña electoral. En muchos países se han aprobado normas positivas que determinan lo que un presidente en ejercicio puede o no puede hacer cuando está en campaña. Más allá de lo legislado, se presume la buena fe del candidato presidente.
En ninguna democracia consolidada se fijan horas de oficina para un presidente-candidato, ni se le impide inaugurar obras ni se le prohíbe el uso de su título o del avión presidencial para sus actos de campaña. Aun así, se lo controla rigurosamente para evitar abusos.
Dos candidatos con marcadas tendencias abusivas son Boris Johnson, del Reino Unido, y Donald Trump, de EEUU. Tienen la más amplia libertad de desplegar sus candidaturas desde el podio privilegiado de su magistratura. Sin embargo, están sujetos a un control estricto por parte de la oposición, de los medios de comunicación social, de las autoridades electorales e incluso –en caso extremo– de la legislatura.
Donald Trump acaba de ser sometido a un juicio de responsabilidades ante el Congreso de EEUU, por haber presionado a un país extranjero para que manche a uno de sus rivales en la próxima elección, un claro ejemplo de abuso de poder. Los senadores que lo absolvieron de esta acusación alegaron que en pocos meses los votantes tendrán la última palabra sobre si lo perdonan o lo mandan de vuelta a sus torres privadas y sus clubs de golf.
Nuestra Constitución permite que un presidente en ejercicio se presente como candidato por una sola vez, incluso inmediatamente después de haber completado un mandato de cinco años. Para evadir esta sabia limitación constitucional, Evo Morales hizo dos diferentes trampas: en 2014 y en 2019, probando ser un as de la guerra sucia.
El hecho de que Jeanine no hubiera sido elegida a la presidencia ni una sola vez y no hubiera completado más que unos pocos meses de una imprevista sucesión constitucional respalda la legitimidad de su decisión de postularse y develar la ilusión popular de que no es una política.
Es una vergüenza y un escándalo que un periódico tan prestigioso como el Financial Times de Londres no se haya dado cuenta de que esta su primera postulación es totalmente diferente de las abusivas rerepostulaciones de Evo y de que cualquier violencia provocada por Evo y el MAS, en el futuro, no necesita de la excusa de la postulación de Jeanine para desencadenarse.
El próximo 3 de mayo, los soberanos electores tenemos que decidir si nos conviene castigarla por haberse atrevido a candidatear o si nos parece que su garra y su demostrada capacidad de gestión son cualidades muy necesarias para lidiar con los demonios que nos acechan.