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Medio: Opinión
Fecha de la publicación: domingo 02 de febrero de 2020
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Si bien es cierto que este es un fenómeno regular del proselitismo partidista en épocas de inestabilidad, ello no debe llevar a obviar sus peculiaridades en el contexto actual.
La retórica de la unidad surge en Bolivia a partir de una “lógica” que trasciende por mucho la mera instrumentalización de los partidos y que se muestra como uno de los marcos fundamentales de la comprensión popular sobre la política.
Dada la ideologización creciente de nuestra sociedad civil en el último tiempo, la “unidad” a la que apuntan los distintos sectores populares es la consecuencia lógica de un proceso activo y constante de reinterpretación de la historia política reciente. Para unos, la unidad que se exige a los diferentes partidos contrarios al MAS sería el correlato legítimo de la lucha de “un pueblo” sujeto a la “dictadura” por casi 14 años.
Para los otros, tal unidad (expresada en el partido) es la misma que permitió al “proceso de cambio” (encarnación de lo popular) sobrevivir al embate constante de las fuerzas contrarias al “pueblo” durante una década y media.
En ambos casos, lo que se ratifica es una relectura maniqueísta, teleológica y casi bíblica de la historia del país a partir de la clave dicotómica nación vs. antinación.
Ninguna práctica política boliviana ha salido de este horizonte de interpretación desde que Carlos Montenegro lo formulara brillantemente en 1943.
Lamentablemente, lo fundamental de tal “imaginario político” es, precisamente, su carácter antipolítico. Si la política se funda en la posibilidad de concertar colectivamente para desarrollar acciones conjuntas, ella precisa de una distancia que haga viable la mediación de la diferencia a través del diálogo.
En este sentido, no se dialoga políticamente ni con el “hermano” (con el que ya nos sentimos infinitamente íntimos en la trinchera del “pueblo” ni con el archienemigo (con el que no tenemos “nada que discutir”).
En cualquier caso, Bolivia solo será posible, como realidad política, en la medida en que sus actores dejen de pensarla bajo el signo de una unidad que solo existe en los evangelios.