Medio: El País
Fecha de la publicación: sábado 01 de febrero de 2020
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Los partidos y “asociaciones” se multiplican, se ponen cualquier tipo de nombre, y parece que a lo único que aspiran es a tener votos. Sin embargo cuando las encuestas advierten que esos votos serán muy pocos, esos candidatos y candidatas siguen adelante, se supone que invirtiendo dinero y energías no se sabe para qué.
En el momento en que Jeanine Añez asume la presidencia hemos visto a Tuto Quiroga, jefe de su partido, abrazarla cálidamente; sin embargo en este momento cada uno de los dos participa como candidato/a a la Presidencia con nombres o siglas recién inventadas…
Sin que nadie nos explique las razones —que ciertamente puede haberlas, pero sería importante conocerlas— el partido llamado “Sol-Bo” rompe la alianza con Carlos Mesa y parece inclinarse a la candidatura de Camacho y Pumari, con la que es evidente que tiene menos coindicencias ideológicas. ¿A qué jugamos?
En el fondo al oscuro juego del poder, donde las propuestas ideológicas y políticas no interesan. Se trata de beneficiarse de la presencia en el aparato del Estado, y como el Estado es por encima de todo ejercicio de poder, lo que interesa es meterse ahí a ver qué beneficios se puede obtener, y para eso se utiliza la forma “partido”, o en su defecto la forma “asociación”, ¿qué más da? No en vano el viejo Lenin —profundo conocedor del tema— definía al “partido” como el germen del futuro “Estado”, por tanto tiene en su propia esencia los mismos contenidos del Estado, lo que supone básicamente “poder”.
De eso se trata, de aprovechar lo poco o mucho de “poder” al que se pueda aspirar, donde los intereses del país y de los diferentes sectores sociales quedan inevitablemente al margen de la vida política. La consecuencia es que la “demo-cracia” (gobierno del pueblo) pasa a ser partido-cracia… ¿Y el pueblo? Bien, gracias.
Y desgraciadamente la única experiencia de democracia sin partidos (la de la “Yamahiría Libía”), que en su momento parecía tan prometedora fue un fracaso total, llegando al extremo de la desaparición total de ese tipo de Estado.
¿Y la anarquía? No deja de ser un mito, para empezar un mito mal entendido. Unos la interpretan como el “despelote” (y por tanto lógicamente la rechazan). Otros la interpretan como la única forma realmente humana de organizar la sociedad (sin poder), pero muy pocos de éstos entienden que no es cosa de decidir de repente que vamos a organizarnos sin poder, y por tanto sin Estado, lo que resulta impensable.
A lo que podemos aspirar no es a la desaparición repentina del Estado, sino a ponernos de acuerdo en ir avanzando a un modelo con cada vez un poco más de sociedad y un poco menos de Estado. Pero no parece fácil que nos pongamos de acuerdo. Mientras tanto estamos nomás condenados a vivir situaciones como la de nuestras próximas elecciones, que se nos vienen como un galimatías de siglas, donde es muy difícil identificar contenidos y propuestas políticas, y donde por ejemplo el antiguo MNR se comporta igual que la moderna UCS (como sigla de alquiler).
De todas maneras no se puede negar que en la presente coyuntura el único binomio políticamente coherente y portador de propuestas serias —más allá de las críticas que podamos hacer a las últimas gestiones de su partido— es el de Luis Arce Catacora y Davida Choquehuanca… ¿O no?