Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: domingo 19 de enero de 2020
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Ignacio Vera de Rada Profesor universitario
Crece y se expande de forma perfecta, de acuerdo con la sucesión de cuadrantes del rectángulo áureo, y continúa dando vueltas alrededor de un punto central y fijo, sin cruzarse nunca. Está en diferentes elementos naturales, como las conchas marinas o algunos tipos de telaraña, y su presencia es la prueba indiscutible de un impulso sobrenatural que gobierna el Todo. También está en un producto del devenir humano: la historia. Y cuando está en la historia, a diferencia de los anteriores casos, los resultados no son necesariamente bellos.
Existe una voluminosa historia de Bolivia escrita en cinco tomos, que da cuenta a cabalidad de esa espiral que padecemos. Compuesta por Alcides Arguedas en varios años de laboriosa y paciente investigación –y más allá de las críticas que puedan hacérsele desde el punto de vista de la metodología histórica en su elaboración–, deja ver descarnadamente los hilos perversos con los que parecería moverse la marioneta que interpreta nuestro devenir como pueblo.
Saben los historiadores y sociólogos que la política latinoamericana se asemeja muchas veces a un sainete en el que los personajes se van decantando hacia los extremos: o derechas o izquierdas, en un movimiento pendular que parecería no tener fin. Pero la historia boliviana, en especial, es el sainete más representativo de la región, pues incluso a veces llega a ser tragicomedia, como ahora, por ejemplo, y es que los espectadores, sentados ante el asesinato macabro de un verdugo y la payasada de dos arlequines, ya no saben si llorar o reír. Es que a veces esa izquierda y esa derecha no son ideológicas, sino pasionales.
Todo régimen degenera al cabo en pedantería, y es necesario ponerlo contra la pared para que se vaya. No sale a las buenas. Al término del mismo, nace uno nuevo, conciliatorio y respaldado por la mayoría de la población, que intenta reparar la asolación causada por el anterior. Así ha sido, en general, desde nuestra fundación como república, pasando por el turbulento siglo XX, hasta llegar a nuestros días. Pero lo que se necesitaría luego de ese esquema fatal, sería otro gobierno, no transitorio sino de una verdadera reconstrucción y salido de las urnas, y el gran acierto de éste sería la moderación de esa eterna pugna histórica entre vencedores, vencidosy conciliadores (pugna que termina generando a la vez otra pugna, como en la dialéctica del devenir histórico de Hegel).
Hoy, en Bolivia, se está repitiendo el mismo malhadado patrón de siempre. Al final, la defraudada, robada y frustrada es siempre la población que pone el pecho a las balas ante las armas del tirano y en aras de la libertad. La curva de nuestra espiral dibujada como por la mano de las Parcas griegas, pues sigue extendiéndose en torno al punto central de siempre: la codicia y el hambre de poder por el poder.
Decíamos que el pueblo no sabe si llorar o reír. Octubre y noviembre fueron trágicos: explotódinamita y corrió sangre. Diciembre fue una pausa en la representación. Finalmente en enero la obra comenzó a virar el tono de para volverse cómica: salieron de bambalinas los juglares que quieren el protagonismo total de la misma, asiendo coronas, bastones y cetros de utilería.
Para que termine esa espiral que se ha convertido en el sello de nuestra historia, se tendría que votar por un proyecto de país sólido y coherente que inserte a Bolivia en el siglo XXI, un proyecto guiado por personas de experiencia e impulsado con la energía de la juventud estudiosa. Pienso que esa opción existe, ha venido formándose gradualmente hace más de un año, haciendo una lectura y una interpretación cabales de la realidad nacional. Se presenta como una alternativa partidista de largo aliento; no es coyuntural.
En estos últimos meses, me he dado cuenta que es muy difícil para columnistas, politólogos y ensayistas hacer proyecciones político-sociales sobre el futuro de Bolivia, por el sencillo motivo de que aquí no existe el mediano plazo. Todo ocurre al día, a la hora, al instante. De un momento a otro puede ocurrir un magnicidio, derribarse un edificio patrimonial o, peor aún, volverse presidenciable quien goza de estar ante las luces y las cámaras por 15 minutos. De la noche a la mañana, el mismo politólogo que creía estar destinado a sus libros y su gabinete de trabajo, sale aclamado como presidenciable a la par que ocurre lo mismo con quien medraba en las calles por un trozo de pan. Aquí el blanco es negro y el negro, blanco.
Es como si toda la nación hubiese venido a prostituirse por medio de esos representantes de coyuntura que salieron para presentarse como candidatos. Ellos parecen no saber la diferencia entre la labor cívica y la labor verdaderamente política (que en rigor es la correcta administración de la cosa pública). Si los eligieran para dirigir los destinos del país por cinco años, mi sociedad me parecería torpe, mal educada, mal instruida, vacua y débil… El 3 de mayo, más que para los candidatos, será una prueba para la sociedad, pues tendrá que demostrar que la historia le sirve para aprender de sus errores y que ahora sabe elegir bien.
Pero en tanto los candidatos circunstanciales no dejen sus apetitos, lamentablemente no se perfilan buenas perspectivas en el horizonte. Las ambiciones y rencillas personales de nuestros politicastros parece que pesarán siempre más que las necesidades de progreso nacionales. Si las cosas siguen yendo como van, el voto en las próximas elecciones será nuevamente fragmentado, frente a un voto duro azul todavía importante en términos cuantitativos, y es que lo que no entienden los políticos es que la sombra del MAS es todavía una amenaza latente.
Quizá Arguedas no estaba tan equivocado en aquéllos sus artículos de prensa en los que criticó tanto al país, y que le valieron el ostracismo moral y ser descalificado y tildado de antiboliviano en su propia tierra. Más aún: quizá las ideas de su Pueblo enfermo, aquel ensayo escrito bajo medidas deterministas y darwinistas, tampoco estaban tan equivocadas. Es que lo que vemos en el desarrollo histórico de este pueblo no es sino un círculo vicioso de pasiones nocivas para el progreso, el progreso ordenado y metódico, aquel progreso que nos enseña A. Comte y que parecería no ser posible todavía para los pueblos latinoamericanos.
Y junto con el capitán del buque que lleva a bordo a Florentino Ariza y Fermina Daza, podríamos decir:
“¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo?”.