Medio: La Razón
Fecha de la publicación: miércoles 15 de enero de 2020
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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La base de razonamiento aquí, naturalmente, es el propio expresidente Evo Morales: “Quieren debatir con el Evo, aquí nosotros debatimos como pueblo nuestros programas, todos los sectores sociales, hasta empresarios, un programa de desarrollo, un programa para cambiar Bolivia”, había dicho Morales en la anterior campaña electoral.
“El programa se debate cada día; programa, proyectos y planes. No es que el programa y planes se debaten para las elecciones. Claro, los partidos tradicionales de la derecha solo se recuerdan de programas cuando llegan las elecciones”, destacaba el lugar del debate en el contexto del programa partidario.
Estas afirmaciones Morales las había hecho en respuesta a un reto a debatir que le lanzó el candidato Carlos Mesa: “Evo Morales: el debate que usted rehúye, refleja su espíritu autoritario. No debate con el pueblo quien le da la espalda al 21-F y quien cree que debatir es dar discursos a audiencias pasivas. Lo invito a un debate de ideas y de futuro, de cara al pueblo”, escribió Mesa en su Twitter.
Pero ya antes, el ex ministro de Comunicación, Manuel Canelas, había planteado su punto de vista contra el debate, por lo menos el tradicional transmitido por los medios.
“El debate es una de las formas, entre varias, que tienen los políticos para comunicar algunas de sus ideas a la sociedad. Tiene, como es evidente, sus críticos y otros que lo defienden. Entre los segundos hay algunos que, sin más sustento que su entusiasmo, lo consideran fundamental para la democracia. No hay motivos para creer que un debate sería más importante para la democracia de un país que un acto multitudinario en las calles”, decía en 2019.
Canelas ubica el debate en los medios como una forma constreñida de exponer las ideas. “No en todos los países ocurren (los debates), en otros tienen casi carácter de obligación, en otros van cayendo en desuso. Los críticos tienen muy buenos argumentos, vamos a repasar someramente algunos de ellos. Ezequiel Adamovsky, en su libro El Cambio y la Impostura, en el que hace una cruda radiografía del macrismo, recuerda que en Argentina el primer debate presidencial ocurrió recién en las últimas elecciones generales. En su lectura, los tiempos pautados de ese primer debate, dos minutos como máximo, no permitieron ‘desplegar argumentos ni abundar en otra cosa que en consignas genéricas o chicanas’. ‘El público implícito no es un colectivo activamente movilizado: por el contrario, se compone de individuos, mirando cada uno la televisión, pasivamente, en el espacio privado de sus hogares’, señala Adamovsky en otra parte del texto”.
Asimismo, el exministro recuerda cómo en los debates en los medios suele priorizarse la forma antes que el contenido. “Alejandro Muñoz-Alonso sostiene que en estos formatos prima ‘en última instancia, un modelo deportivo que concibe la información como un espectáculo en el que siempre alguien gana y alguien pierde y en el que lo importante es meter goles’. Por último, siguiendo los trabajos de Natalia Aruguete, diríamos que la forma debate contiene entre sus características más destacadas: la dramatización, personalización y simplificación. Estos rasgos emergen en detrimento de los contextos, lo estructural y lo institucional”.