Medio: El Potosí
Fecha de la publicación: martes 14 de enero de 2020
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Por catorce años, la hegemonía del Movimiento Al Socialismo (MAS) redujo la perspectiva electoral a un inconsistente debate centrado únicamente en la figura del postulante.
Así, se cayó en la trampa de fijar la atención en el nombre de la persona que enfrentaría al candidato todopoderoso del MAS, Evo Morales. Candidato que, como se recordará, jugaba siempre con ventaja: tenía a todo el aparato estatal operando como una gigantesca maquinaria partidario y de propaganda a favor del oficialismo.
Desaparecieron del escenario electoral los necesarios debates públicos basados en las ofertas y propuestas porque el candidato-presidente no debatía jamás. El resto de los partidos políticos quedaron reducidos a simples siglas, sin estructura ni actividad orgánica.
El ejercicio de la democracia se limitó al acto mecánico de votar cuantas veces sea posible, sin garantías de transparencia, porque de todos modos nada cambiaba: Evo Morales ganaba siempre y era el dueño absoluto de un esquema vertical y centralista del aparato estatal en el que la independencia de poderes no existía.
Probablemente, ahora mismo nada habría cambiado si no se descubría el aparatoso fraude electoral montado en las últimas elecciones generales del 20 de octubre.
Hasta el momento, los pocos candidatos que anunciaron su postulación para los comicios del próximo 3 de mayo, lo hicieron en torno a una aspiración personal, la de ser presidente o vicepresidente, antes que sobre la base de un proyecto o unas propuestas programáticas que le den al ciudadano la opción real de analizar, discernir, elegir y finalmente votar.
La consigna personal, llevada al casi llevada al extremo del capricho, del “yo quiero ser presidente”, no puede ser la base o el fundamento para discutir y definir la suerte que le toque correr a Bolivia en los próximos años.
Por eso mismo, el anuncio de Quiroga —que ni siquiera dijo expresamente que sería candidato a la presidencia, marca la diferencia porque señala el rumbo que deberían seguir quienes aspiren a conducir el país.
El anuncio vino acompañado de la presentación y difusión pública de un amplia y bien estructurada propuesta, en la que formula un diagnóstico del país y de los riesgos que se ciernen, y explica detalladamente las acciones que tomaría en todos los ámbitos de la vida nacional si llegara a conducir el gobierno.
Hoy, a diferencia de todas las últimas elecciones, el desafío de los candidatos ya no es ganarle a Evo Morales, pero sí lo es el de reconstruir las institucionalidad democrática y recuperar el Estado de las fauces de un partido político para ponerlo al servicio de los más altos intereses del país. Ello, sin perder de vista que los siguientes años se avizoran tan difíciles como complejos por las amenazas que se ciernen sobre la estabilidad económica, política y social.
Esperemos, pues, que el resto de los candidatos justifiquen, también, sus aspiraciones con proyectos sólidos y sustentables, y no únicamente con retóricas que van desde la grandilocuencia hasta lo insustancial.
Lo dijimos más de una vez en este mismo espacio editorial: Las elecciones que se vienen son de las más cruciales de nuestra historia democrática. Bolivia no está ya en condiciones de entregarse a aventuras políticas experimentales, y mucho menos de repetir los errores del pasado.