Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: viernes 20 de abril de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Nada es lo que parece
Que la política nos acompañe
Manuel Vicent convierte a los agujeros negros en una metáfora que explica el funcionamiento de los aparatos represivos del Estado: “Se llama agujero negro a una estructura masiva del universo, que engulle planetas, estrellas, galaxias y deja como único rastro de su existencia un murmullo remoto en forma de radiación semejante al lamento que emiten los torturados antes de morir”.
Esa metáfora, sin embargo, esconde su consecuencia: ese agujero negro
generado por los aparatos represivos del Estado ganará más masa crítica
cada día hasta que finalmente ocupe por entero el vacío que deje la
política. Porque lo sustancial de la represión no es el lamento de los
torturados, sino el vaciamiento de la política.
No se trata, entonces, de únicamente responder a la represión con la resistencia deseando que la fuerza nos acompañe. La resistencia democrática, sin duda, es necesaria. Pero es sólo eso: resistencia. Resistencia que reitera el lenguaje de la fuerza. Inclusive si esa resistencia optara, estratégicamente, por los movimientos del Tai Chi Chuan para obligar a la represión a agotarse en sí misma, no es suficiente. No es alternativa.
Una de las dos características de un régimen despótico es el predominio
de la represión sobre la ideología –la otra característica es, claro, el
culto a la personalidad del tirano-. Calificar el régimen del MAS como
despótico es, por tanto, obvio. Lo fundamental, sin embargo, está
dejando de ser la denuncia y comenzando a ser la propuesta. Si no
preservamos la política nos encontraremos con el oscuro imperio del
tirano y la resistencia democrática de hoy será apenas el mal recuerdo
de nuestra ineptitud y, seguramente, de nuestra cobardía.
No deja de ser paradójico que sea precisamente el despotismo el que nos
recuerde una y otra vez que el movimiento ciudadano se ha limitado a la
resistencia. Esta carencia nuestra sintetizada en la inmovilidad de
nuestro mantra: “Bolivia dijo No” es la que habilita la impostura y el
cinismo. El todavía presidente puede demandar la defensa de los derechos
de la Madre Tierra a los días de autorizar el uso del fracking para
profundizar el extractivismo y la dependencia. Y nosotros con la boca
abierta declaramos que habrá que continuar resistiendo.
El movimiento ciudadano ha insistido en el gesto épico. La memoria de
la lucha contra las dictaduras de la generación que construyó esta tan
limitada democracia contamina –ya no ilumina- nuestro camino. La tea que
dejo encendida nadie la podrá apagar. El Alto de pie, nunca de
rodillas. El énfasis heroico de la resistencia esconde nuestra
paradójica complicidad con la impostura y el cinismo del gobierno, y
maquilla nuestra esterilidad ante el agujero negro de la represión. Como
nos creemos héroes nos parece indigno ser modestos ciudadanos. Sin
embargo, hoy, eso es lo imprescindible.
No todo tiempo pasado fue mejor. La democracia que nosotros construimos
preñada de heroísmo el 82 fue insuficiente y deficiente. No se trata de
suponer que este tirano es un dictador cualquiera, al que se lo puede
derrotar en las calles y en las urnas, eligiendo un presidente más en
2019. Mientras lo vayamos derrotando en las urnas y en las calles
tenemos que expulsarlo de nuestras entrañas; tenemos que entender que la
democracia no se reduce a la elección sino que se extiende a la vida
política cotidiana.
Que todos tenemos que hacer política cada día, en nuestras casas, con
nuestra familia, en la escuela, en el mercado, en el trabajo; que el
bien común es responsabilidad de todos y que no lo podemos dejar en
manos de un déspota. Elegimos un tirano porque renunciamos a la
política. No lo debemos volver a hacer. Todos debemos ser políticos y
respirar política mañana, tarde y noche. Para que no sea inevitable que
la fuerza nos acompañe. Para que la política nos acompañe.
Guillermo Mariaca Iturri es ensayista.