No se tiene en mente ni se asume que, sobre todo en noviembre, el país transcurrió por una crisis política profunda que exigía y aún exige fundamentalmente un dejar atrás lo que fue, para reiniciar un hoy renovador, capaz de devolver esperanzas y confianza en nuestras quebrantadas instituciones a lo largo de catorce años. El MAS debiera tener presente que el comportamiento absolutista de sus dos tercios parlamentarios influyeron también en la indignación colectiva y debiera invitarlo a la reflexión, comprender que son legisladores nacionales y por consiguiente se deben al conjunto del país, por encima de la consigna.

En la designación de vocales del Tribunal Supremo Electoral se inició la imposición de los candidatos masistas, dejando de lado la puntuación de los mejores postulantes, inclusive de los que obtuvieron 10 sobre 10 puntos y, genéricamente, de los estudiosos y especializados en el tema electoral. Ni qué decir de los Tribunales Departamentales Electorales, donde el rodillo del nombrado partido pasó sobre las sugerencias de los asambleístas de otros partidos. Asimismo, en ese mismo ámbito se descartó a los mejores para imponer a personas sin mayores antecedentes valorativos y de bajos puntajes. Baste decir que no tuvieron reparo en designar a personas que desempeñaron funciones de confianza alrededor de connotados gobernantes de entonces.

Se rumora que hubo una concertación, una especie de cuoteo entre el MAS y los demócratas para la elección de vocales del TSE. Se afirma que cada unidad política se adjudicó a dos vocales. La supuesta preparación e imparcialidad de los elegidos fue defendida simultáneamente por ambas tiendas en programas radiales y televisivos, lo cual confirma la veracidad del acuerdo. Parece que los políticos se encargan de alejar las esperanzas de mejores días para el país en lugar de alentar un nuevo amanecer.