Medio: Ahora el Pueblo
Fecha de la publicación: miércoles 04 de abril de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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Y también ésa es la razón por la que, después de su participación en La Haya, Mesa reaparece en un programa de televisión, desde Holanda, señalando que “el 21-F es un tema de primerísima prioridad”.
El 21-F es pues la expresión de la colonialidad presente en nuestra sociedad y a la que el discurso del temor la llena de odio, muestra evidente de la impotencia por no haber podido ganar elecciones democráticas y retornar al manejo estatal; sabemos bien dónde terminan estas frustraciones: en la violencia, recurso colonial por excelencia.
Carlos Mesa vive el trauma de sus frustraciones cuando estuvo al lado de Sánchez de Lozada, tan similar al de Tuto Quiroga, quien pretendió vivir de la herencia del dictador Banzer, pero le fue arrebatada por el gobernador de Santa Cruz, Rubén Costas, y Samuel Doria Medina dilapidó una parte de la herencia dejada por el MIR de Jaime Paz Zamora.
Ésa es la vieja composición de lo que hoy se conoce como oposición política, que ahora agita las banderas del 21-F, una oposición en vías de extinción, y reaparece en la escena política con variados nombres: plataformas ciudadanas, comités interinstitucionales por la democracia, colectivos ciudadanos, comités cívicos, etc.
Carlos Mesa, quien forma parte de esa estructura social colonial, confeso neoliberal, es quizás el mejor posicionado para enfrentar a Evo Morales, según algunas encuestas, por lo que —al igual que en 2002— será la “monedita de oro” de los yanquis, ya que los otros opositores tienen un pobrísimo performance cuando enfrentaron a Evo Morales.
Actualmente, la imagen de Carlos Mesa fue reflotada en términos políticos por su designación como vocero de la reivindicación marítima por el presidente del Estado Plurinacional. Hábilmente, los sectores que fueron parte de su gestión de gobierno desplegaron una campaña para posicionarlo como candidato presidencial, pese al fracaso demostrado en su periodo como presidente de todos los bolivianos y bolivianas, demostrando que la oligarquía colonial no tiene un representante que pueda encarnar las ideas conservadoras como programa de gobierno.
Mesa, desde su abandono del gobierno neoliberal de Sánchez de Lozada, lo hace en nombre de los derechos humanos, pero hoy que su presencia y testimonio son requeridos por las víctimas del gobierno del cual él formó parte, no tiene la misma actitud, negando la posibilidad de aclarar esos momentos trágicos de nuestra historia.
No vamos a juzgar la actitud de Carlos Mesa, tendrá sus razones, pero sí podemos afirmar que los hechos de octubre se fueron incubando desde febrero de 2003, es decir, tuvo tiempo (dada su destreza periodística) para prever el desenlace de los acontecimientos y, como presidente del Parlamento, tomar las medidas para evitar los posteriores enfrentamientos.
Ésos son los hechos históricos y recordarlos es reconstruir ese pasado para evitarlo, y no como algún exvicepresidente, también con el propósito de hacerse visible, califica esta recuperación de la memoria histórica como “persecución política”; en rigor de la verdad, quien lo persigue es la historia.
Carlos D. Mesa tiene el legítimo derecho a presentarse como candidato, pero también el pueblo tiene el legítimo derecho a pedirle coherencia entre los discursos y los hechos, entre la verdad histórica y los “olvidos” intencionados.
Más allá de ver si se consuma o no la pretensión de la candidatura de Carlos Mesa, lo que sí es evidente es que a título de respeto a la democracia, la oposición boliviana agita a sus actores y volverá a mostrar como base de línea política para este tiempo la consigna del 21-F, un recurso político forzado frente a la debilidad de la oposición de presentar una alternativa política eficiente al país.
*Es escritor e historiador potosino.