Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: jueves 29 de marzo de 2018
Categoría: Representación Política
Subcategoría: Democracia paritaria
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El nuevo sistema es mañoso y grosero. Gobierna —falsea y farsea el “hermano” Evo, jefe único y vitalicio— en función de las grandes mayorías; no es represor como los neoliberales, acata las leyes; escucha y obedece al pueblo; lucha contra el racismo; invoca a Dios y a la Pachamama, es socialista–ecologista–defensor de la madre tierra, respeta a las mujeres, en especial a las ministras y quinceañeras, padre ejemplar que obra limpio y, para no cansar al sufrido lector, nunca miente porque es la “reserva espiritual de la humanidad”.
La realidad es diferente. Las pruebas, de dominio público y documentadas por la prensa nacional e internacional, hacen innecesario refutar, punto por punto, la anterior “declaración de principios” que, es comprensible, no menciona el meollo de su “ideología”: eternizarse en el poder para, en nombre del pueblo (“movimientos sociales” comandados por cocaleros), delinquir con impunidad, disfrutar privilegios, malgastar el dinero de los bolivianos, perseguir a sus opositores y seguir fomentando, de manera eficiente, la producción de coca en el Chapare y corrupción en todo el país.
La justicia, en tiempos normales representada con los ojos vendados, durante el “proceso de cambio” tiene que vendarse todo el cuerpo: momia lenta para todos y ágil para el MAS. El Estado ha sido loteado —“redistribuido” según la segunda lumbrera de la MAScocracia— hasta el último rincón del palacio quemado. Pedazo a pedazo, Morales–García han acumulado más poder que cualquier otro gobernante boliviano. No queda un solo espacio importante que no esté “nacionalizado” (colonizado): instituciones, universidades, sindicatos, medios de comunicación, equipos de fútbol e incluso, no es ironía, asociaciones de “amas de casa desocupadas”.
No hay duda, la democracia, en tiempos de MAScocracia, está en “proceso de cambio”: de un sistema basado en el respeto a las leyes e ideado para garantizar la vigencia de los derechos humanos, controlar la ambición de grupos corporativos, administrar la independencia de poderes y frenar las tendencias autoritarias de políticos mendaces, está siendo transformada en un vulgar régimen de votación amañado: vale si gana el “hermano” Evo. Caso contrario, tal el caso del referéndum del 21F, es “mentira”. ¿Todavía queda algún hijo del pueblo que crea en “palabra de Huevo”?
No la república, enterrada por el Estado plurinacional, sino la democracia es la que se nos muere. Y, en esta coyuntura de marear azul con la “madre” de todas las banderas y juicios internacionales, manoseando la aspiración histórica más importante del país, la MAScocracia y sus aliados de turno —tuntos y tontos entre sillas y mesas en La Haya— entonan su réquiem, burdo eslogan para perpetuarse en el goce y abuso del poder: “Unidad para recuperar el acceso soberano al mar”. El mar, para ser “recuperado”, y que geográficamente siempre ha estado y estará donde está, puede esperar una larga y difícil negociación: la democracia no.