Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: lunes 13 de noviembre de 2017
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia directa y participativa
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Hacer democracia creyendo que esta será tal porque votemos todos los domingos es como creer que Bolivia irá a los mundiales porque sembremos canchas en todos los pueblos; el marco no hace al contenido. Una cosa es hacer democracia (con todo y sus imperfecciones) y otra engañar aparentando algo que se sostiene tan sólo por su forma. Para esto, no hay como la estrategia de reducir la democracia a la idea de persona elegida a través del voto.
Contenido
Dársena de papel
Democracia (sin adjetivos)
lunes, 13 de noviembre de 2017
Hacer democracia creyendo que esta será tal porque votemos todos
los domingos es como creer que Bolivia irá a los mundiales porque
sembremos canchas en todos los pueblos; el marco no hace al contenido.
Una cosa es hacer democracia (con todo y sus imperfecciones) y otra
engañar aparentando algo que se sostiene tan sólo por su forma. Para
esto, no hay como la estrategia de reducir la democracia a la idea de
persona elegida a través del voto.
Sabemos que el voto (solamente) no hace la democracia. Pero siendo
parte importante de ella, empodera –por lo menos simbólicamente– al
ciudadano: le da la posibilidad de elegir.
En condiciones ideales de respeto a la voluntad del pueblo (no es
el caso de Bolivia a partir del desconocimiento de los resultados del
referendo del 21F), el voto cobra una significación suprema porque
trasciende el acto casi mecánico de insertar una papeleta dentro de una
urna: el que vota en una democracia respetuosa del voto de la gente,
vota por alguien (cuando vota por alguien) que se supone estará
condicionado únicamente por su propia conciencia para actuar según su
propuesta electoral.
El "problema” de la democracia boliviana es que elegimos libremente
pero, después, los elegidos se descomponen en un esquema de
concentración de poder que les impide ser libres y los vuelve auténticas
marionetas sin opción alguna de decidir por su cuenta. Así, los
elegidos no están en posición de cumplir sus promesas de campaña –algo
muy grave– porque esto (y no el voto) es, en esencia, la razón de la
democracia, la esperanza de un futuro mejor. Dije en una anterior
columna que el cénit de la democracia se alcanza cuando el que recibe la
confianza del voto cumple con las aspiraciones del que vota, no antes.
Bajo tales circunstancias acudiremos a votar en los comicios
judiciales del 3 de diciembre. ¿Hace cuánto que usted no vota feliz?
¿Quién le robó aquella sonrisa cosmética que se guardaba para encajarla
en su rostro en las "fiestas democráticas” –como solían decirles a las
elecciones (alegremente, reconozcamos) los medios de comunicación–? Que
yo sepa, la democracia se inventó para que nadie impusiera nunca más
nada por la vía del poder absoluto, y entonces el ejercicio democrático
del voto, como manifestación pública de rechazo a la autocracia, debería
ser naturalmente un acto de felicidad. Pero hace mucho que no lo es.
¿Por qué? Porque, entre otras cosas, sabemos que las decisiones del
Órgano Judicial no se toman en el Órgano Judicial. Y porque no hay
pueblo enteramente tonto: cuando la democracia del voto se convierte en
un instrumento de legitimación de autoridades que la manipulan a placer,
en la cara lavada o la peor expresión del animal político, es difícil
que nadie levante la voz. (Por si acaso, esta no es una apología de una
forma de gobierno distinta a la democrática, sino una modesta exigencia
de una democracia "decente”).
Es una pena que haya que recurrir a un adjetivo para calificar la democracia…
Evo Morales, cuando se siente incómodo en la democracia
"occidental” y con aire innovador propone una democracia "comunal”,
alude indirectamente al afán hegemónico de su gobierno, que condena el
disenso y es el nuevo estilo de la aplanadora que conocimos con la
democracia "pactada”; el Presidente, el hombre incapaz de cumplir su
promesa de irse a su chacra, reniega ahora de la democracia "sindical”,
pero a él le sirvió para ascender en la política y le sirve aún para
gobernar, eso sí, cada vez con más esmirriada espalda cocalera.
Fuera de cualquier interpretación antojadiza (incluso mía), la
democracia es una sola o no es. Y algo no anda bien en la que necesita
de adjetivos para ser efectivamente ella en el fondo, no únicamente en
la forma.
Oscar Díaz Arnau es periodista y escritor.