Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: domingo 22 de septiembre de 2019
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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¿Qué hacen los aymaras y quechuas en el tórrido calor del Oriente boliviano? Ya están en Pando y Beni; años que están en Andrés Ibáñez y sus alrededores, pero ahora empiezan a instalarse en la Chiquitania. ¿Acaso alguna vez alguien los imaginó tan lejos de sus montañas?
Asentados. Tan aguerridamente dispuestos como si hubieran tomado la firme decisión de hacer la vida en esa selva seca. Chorreando de traspiración. Combatiendo a los mosquitos.
Una decisión que implica desarraigo: cambio de costumbres en esta generación o inevitablemente en la otra. Muy probable pérdida del idioma en no más de medio siglo. Vaporización de sus vínculos de nación con quienes se han quedado en su hábitat. Morosa y sufrida inserción en el mundo nuevo.
Lo que no hicieron sus estupendos antepasados, lo hace este gobierno auxiliado por los militares (Pando), por la política (Beni) y por el fuego (Chiquitanía). El fuerte de Samaipata ya no es el “Detente” de nadie. Están más allá, en aquello que llamamos confines de la patria.
Su presencia ha de alterar absolutamente todo: la representación social (alcaldes como gobernadores, concejales como asambleístas), el medioambiente, todo en franco abuso de los originarios y de su cultura. ¿Esta migración interna a qué objetivos responde? Han pasado diez años de aquellos horrendos enfrentamientos entre el Gobierno y quienes proclamaban una república independiente para la media luna. ¿La gente aún los recuerda?
La prensa decía que los departamentos de Pando, Beni, Santa Cruz y Tarija anhelaban fundar otra patria. Debido a las sospechosas demoras procesales, los bolivianos nos hemos quedado sin las certezas. No sabemos el real tamaño de la verdad ni de la mentira. ¿Querían otra patria? ¿No fue un ardid para derrotar a su oprobiosa oligarquía?
La extrema retardación de justicia y básicamente su viscosidad provocan que todo quede en entredicho. La deserción del fiscal Sosa, el asesinato de la periodista por acción de su marido policía, generan sin cesar dudas hasta llegar a la resignación: la enmarañada verdad podrá salir a luz cuando los directos interesados ya no puedan ocultarla.
Pero lejos de haber derrotado a ganaderos, agropecuarios, cañeros y otros afines al dinero en abundancia, el gobierno se ha aliado con ellos. Es más: como afirman los estudiosos de la política, el Gobierno ha propiciado, desde entonces hasta ahora, mejores condiciones materiales para que todos ellos se vuelvan ricos otra vez y más rápidamente.
El pueblo cruceño, que de acuerdo a supuestos debió convertirse en prioritario sujeto político de su región, se ha quedado en la vereda viendo pasar el carnaval. La quema de la Chiquitania sella la alianza entre oligarcas y gobierno.
La presencia de aymaras y quechuas por esos lares apunta, más bien, a la ruin utilización de su voto. A esa pobreza de política estatal alguna militancia obcecada llama “bolivianización”.No deja de arder la Chiquitania. El verso indica que arderá siempre y que, salvo por el machete de los soldados, los miles de espectros de árboles quemados nos lo recordarán.
En cambio, para alegría de los ganaderos, por ejemplo, el pasto brotará con fuerza. No serán los únicos contentos porque también sonreirán los chinos. Es decir: los pocos chinos que comerán carne boliviana.
Nuestras arcas fiscales seguirán tal cual, ya lo sabemos. También sabemos que esta porción de planeta que nos toca cuidar y mimar está, más que quemado, en coma. Nada de esto le importa al Gobierno.
Los aymaras gobernaron ocho siglos gran parte de este subcontinente y, en gran medida, lo nombraron. Un orgullo que encontremos sus palabras en varios países vecinos y en la profundidad de nuestro territorio.
A veces, lo que pensamos que es quechua es aymara. Pese a sus olas de colonización audaz, volvieron a replegarse. No sólo eso: también supieron comprimirse en su microcosmos para resistir la Colonia y la República.
Pensábamos que ahora, en el Estado Plurinacional, estarían más relajados, pero no. Ni ellos ni los quechuas ni los muchos pueblos de los llanos lo están. El Gobierno no construye decisiones con los originarios. Tampoco gobierna escuchándolos. Hay ejemplos definitivos.