Tal vez sin excepciones, la prensa nacional no comprometida, aunque manteniendo su imparcialidad, su ejemplar objetividad, se abrió con manifiesta amplitud a una nueva corriente política que empezaba a avizorarse en el vasto horizonte de la república. Testigo de los pasados y recientes fracasos en que se vieron complicados casi sin excepción los regímenes de Gobierno, la prensa nacional, como ocurrió con sectores ciudadanos de militancia política pasiva, apostó por el cambio radical en el modo de manejar los asuntos del Estado nacional y en definitiva los intereses y destinos de la patria.
Desde luego, no era que la prensa se hubiera conformado o más bien resignado frente al fracaso, a la intrascendencia de sucesivos regímenes de Gobierno. Por el contrario, en los terrenos de acceso habitual, la prensa había dejado sentada su crítica severa contra la superficialidad y la carencia de valores de los gobiernos a que tenía bajo su lupa. Pero esa su crítica, a veces tenaz y particularmente dura, se estrellaba con escasas resonancias contra la coraza de los gobernadores ineficaces, algunos de ellos, para colmo, embarrados en la corrupción.
Por eso, porque sus esfuerzos solo a medias lograban resultados óptimos, la prensa se abrió con esperanzas al nuevo horizonte a que nos referimos líneas arriba. No fue un instrumento de nadie, eso que quede bien claro. Pero comulgó con la idea aquella que apuntaba a que, después de tantos fracasos y frustraciones, valía la pena abrir cauce a una nueva, a una inédita opción. Dominada por la esperanza, la prensa supuso que en lo sucesivo cambiaría su historia.
No cabe duda de que el régimen actual ha removido desgastados, envejecidos y nada efectivos esquemas. No cabe duda de que en ciertas circunstancias se ha lanzado a tomar al toro por las astas, como vulgarmente se dice. Pero tampoco se puede desconocer que ha errado en grande, que está usando señuelos deleznables para mantener a su gente con la sonrisa a flor de labios y que, de paso, existe un pernicioso y absurdo endiosamiento que, partiendo de lo más alto del régimen, involucra a gente de niveles subalternos y medios, cada vez más merecedores, según propia valoración.
La prensa, que con esfuerzo tiene ganado un sitial en el ámbito de la opinión pública diversa y patrióticamente preocupada, decidió que no se iba a prestar para desempeñar el triste rol de sacristanes de amén. Ya está incluso, la prensa, sembrando sus apostillas con la esperanza de colocar hitos de moderación y de cordura en el ir y venir de quienes parecen haberse envanecido por el hecho de tener la sartén tomada por el mango.
Pero esa actitud de resistencia a cualquier tipo de control por parte del Gobierno tuvo, y tiene, un alto precio: la censura.
Al comprobar, una y otra vez, que no podía controlar a la prensa directamente, o mediante una ley expresa, el régimen optó por deslizar normas dispersas en varias de sus leyes. Una de ellas es la limitación para la realización y difusión de encuestas de percepción política.
Como se advirtió en su momento, esa restricción no busca establecer igualdad entre las candidaturas, pues tal fue el argumento con la que fue aprobada, sino evitar que las encuestas desfavorables para el Gobierno sean difundidas. Eso fue lo que pasó con la elaborada por la UMSA que fue vetada mientras otras, que favorecían al régimen, sí fueron difundidas aunque correspondía aplicarles la misma norma.
Los perdedores son los medios que, al no poder difundir encuestas desautorizadas, se autocensuran, y la ciudadanía, porque se vulnera su derecho a la información.