No es ninguna novedad decir que un proceso eleccionario, como el que vive Bolivia desde mucho antes de la convocatoria al plebiscito de octubre, provoca la división de los votantes en función a sus preferencias. Eso es tan natural que forma parte del proceso mismo.
En general, lo que se vive es una polarización; es decir, la ubicación de la ciudadanía en sectores opuestos como el oficialismo y la oposición. Empero, la naturaleza misma de una contienda política puede motivar que la división no sea tan extremista y dé lugar a ramificaciones. Así, el oficialismo puede tener sus propias divisiones y la oposición también puede dividirse, más aún cuando son varios los partidos que forman parte de esta orilla del río.
En Bolivia, el partido en función de gobierno está dividido por intereses personales o de grupo. A nivel nacional existen tendencias y estas se reproducen regionalmente. Por eso es que en cada departamento hay gente influyente al interior del MAS, que, por eso mismo, tiene uno o más grupos al frente. Lo notable es que, pese a sus fricciones internas, el oficialismo es capaz de unirse en torno a una figura única, el presidente Evo Morales, lo que no ocurre con la oposición.
Las agrupaciones que intentan derrotar al oficialismo en las elecciones no han sido capaces de articular una candidatura única, ni siquiera reducir su cantidad con el propósito de no dispersar el voto que no está comprometido con el Gobierno. Son débiles y, para colmo, se debilitan más porque pelean entre ellos. Y, en una muestra de que admiten sus posibilidades de obtener buenos resultados, la mayoría de los opositores ataca a un solo candidato, Carlos Mesa. Esa sola actitud es suficiente para afirmar que este es el principal adversario de Morales en las elecciones de octubre.
Eso explica, aunque solo sea en parte, los esfuerzos que realiza el Gobierno para desacreditar a Mesa, un afán que incluso llegó a las calles en algunas ciudades del país, como ejemplo de lo pernicioso que es el partidismo sectario que se practica en Bolivia.
Tras la pausa en la que todavía parece estar la campaña electoral, ¿rebrotará la tensión política antes de las elecciones o después de ellas como ya han vaticinado varios analistas?
Para dar la tranquilidad necesaria ante interrogantes como esta y por la sombra acrecentada desde la habilitación del binomio oficialista, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) tiene un enorme desafío, lo mismo que las fuerzas políticas que se han embarcado en una campaña electoral que está lejos de distinguirse.
Estamos a poco más de un mes de ver si estos actores podrán asumir el reto que les exige la historia.