Medio: Opinión
Fecha de la publicación: lunes 02 de septiembre de 2019
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Tras la definición de los pilares que sostenían la Agenda Patriótica 2025 (publicada en 2014), cual faro estatal que proyecta el país hacia su bicentenario, se había transversalizado —invisibilizado— la alusión a lo cultural en la nueva agenda del Estado Plurinacional. En el tiempo preconstituyente, cuando se proyectaba la plurinacionalidad estatal, lo cultural gozaba de claridad cuando se lo exponía en el plan de la primera gestión gubernamental y apuntalaba el marco de la “revolución democrática y cultural”.
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MARCO ANTONIO MARÍN G.
| Integrante del equipo de coordinación de Telartes. | 02 sep 2019 | Ed. Imp.
Tras la definición de los pilares que sostenían la Agenda Patriótica 2025 (publicada en 2014), cual faro estatal que proyecta el país hacia su bicentenario, se había transversalizado —invisibilizado— la alusión a lo cultural en la nueva agenda del Estado Plurinacional. En el tiempo preconstituyente, cuando se proyectaba la plurinacionalidad estatal, lo cultural gozaba de claridad cuando se lo exponía en el plan de la primera gestión gubernamental y apuntalaba el marco de la “revolución democrática y cultural”. Pese a su jerarquización institucional, su marginalidad siguió siendo evidente. La importancia liminal que le otorgaba el Gobierno a lo cultural fue advertida desdeñosamente por quienes accedimos a la lectura de la mentada agenda. Disuelto en uno de los 13 pilares, su alusión directa se definía en el décimo segundo pilar y conllevaba su conjunción con la Madre Tierra, de hecho titula: “Disfrute y felicidad plena de nuestras fiestas, de nuestra música, nuestros ríos, nuestra selva, nuestras montañas, nuestros nevados, de nuestro aire limpio, de nuestros sueños”. Etimológicamente, tradicionales miradas oponen lo cultural a lo natural. Visionariamente, la proyección estatal las había juntado en ese pilar. Con pesar, recién relevo su importancia.
Por el hecho de mitigar la pertinencia del quehacer cultural y dispersar permanentemente la definición de su campo —que legítimamente entre sus cultores busca ser fortalecido— esta desdeñosa mirada me dio pie a sostener la incapacidad estatal de atender el resguardo simbólico, la proyección del horizonte de sentido, el legado de la memoria y la persistencia de lo diverso frente a un sistema-mundo que el mismo Gobierno decía combatir, contradiciéndose en sus cotidianas acciones. María Galindo lo dice recientemente con la lucidez que la abriga, el Gobierno no solo es desarrollista, sino que es “platista”.
El ciclo cultural solo es y será posible si el ciclo natural está en equilibrio permanente. La consecución coherente de acciones del romance expuesto en la Agenda Patriótica debería haber impedido o, por lo menos, atenuado (porque la crisis medioambiental es global) el desastre que nos aqueja desde hace más de tres semanas. Lo más lamentable de la tragedia es que, al coincidir con el tiempo electoral, su percepción está tan contaminada que es deleznable que desde los diferentes ángulos se instrumentalice su tratamiento e impida avizorar con objetividad los hechos, más aún para quienes estamos distantes de su impacto geográfico.