Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: domingo 25 de agosto de 2019
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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- Apuntes para entender las encuestas electorales | ARCHIVO
Daniel E. Moreno Morales
Director de Ciudadanía y experto en estudios de opinión pública
En política existen tres tipos de encuestas: las encuestas académicas, que buscan comprender una problemática y responden a un diseño teórico y metodológico que va más allá de la encuesta. Son elaboradas por un centro de investigación y suelen tener una mirada comparativa en el tiempo o entre países (como LAPOP o el LatinoBarómetro). Otro tipo de encuestas son las que encargan los medios de comunicación y que, por lo general, se enfocan en temas de interés público. Su objetivo principal es convertirse en noticia, generando un beneficio en términos de rating para el medio. En tercer lugar están las encuestas que encargan los partidos políticos y que sirven principalmente para diseñar su estrategia hacia las elecciones. Dependiendo de sus características técnicas, los tres tipos de encuestas pueden generar resultados precisos o erróneos, pero es importante entender que responden a objetivos distintos: conocimiento, en las académicas; información en las de los medios, y campaña en las de los partidos.
La encuesta se aplica sobre una muestra, que es el conjunto de personas que se seleccionan y entrevistan para representar a la población de la cual queremos hablar (en una encuesta electoral es por lo general la población nacional mayor de 18 años de edad). Gracias a siglos de estudio sabemos que no hay una relación entre el tamaño de la población y el de la muestra: si está bien diseñada y es aleatoria, una muestra de mil personas puede representar con precisión similar a una ciudad como Cochabamba o a un país como Bolivia; pero no puede representar a ambos al mismo tiempo. Es importante conocer cuál es el ámbito de representación de la muestra y dudar de los resultados que vayan más allá. Por ejemplo, no se pueden plantear resultados departamentales con una muestra diseñada para ser representativa a nivel nacional.
El error y el nivel de confianza. Los datos que produce una encuesta no son cifras exactas, sino aproximaciones estadísticas cuya precisión depende del error de muestreo y de su nivel de confianza. Asumiendo su aleatoriedad, una muestra de 1.000 casos tiene un margen de error de aproximadamente +-3, con un nivel de confianza de 95%. Esto quiere decir que si 30% dice que votaría por el candidato X, la cifra real está en algún punto entre 27 y 33%, y podemos estar 95% seguros de esto. Por eso habrá que tener cuidado con las comparaciones que muestran “diferencias” menores al margen de error de la muestra.
Qué se pregunta. Tener en cuenta la formulación de la pregunta es fundamental para entender las respuestas. Esto puede parecer obvio, pero a menudo nos ponemos a discutir los datos sin estar conscientes de la pregunta. Cambios mínimos en la formulación de una pregunta pueden generar diferencias importantes en los resultados (como en la pregunta sobre autoidentificación en los últimos censos). Es importante que consideremos exactamente cómo fue hecha la pregunta y no atribuirle a las respuestas otros significados. Por más que ambas tengan que ver con lo mismo, las preguntas “¿Votaría usted por X?” y “¿Por quién votaría usted?” son muy distintas.
También es necesario saber quién está detrás de una encuesta. Si es que la empresa que la realiza es confiable y tiene un buen registro en estudios anteriores. Saber quién la financia y cuáles son sus objetivos. Quién la difunde y para qué. Y si la persona que la interpreta tiene la capacidad técnica y la objetividad necesarias para hacerlo.
No todas las encuestas son manipuladas para “hacer ganar” a uno u otro candidato. Es más, yo diría que las que tienen un sesgo intencional son la minoría. Y esto es porque el poder que tienen las encuestas para influir en la decisión de voto es limitado, por lo que difundir encuestas “truchas” tiene poco sentido. Lo que sí sucede, demasiado a menudo, es que la lectura de los resultados se hace de manera poco rigurosa, ya sea por desconocimiento o por interés de quienes las comentan o difunden. Considerar estos puntos básicos debería ayudarnos a discernir mejor los datos que se difunden.