Tener poder y a más de no saber administrarlo, creer que con él se consigue una dosis mayor de incremento “nadie podrá igualarlo y menos superarlo” porque se piensa que el poder se agranda, forma genios, fortalece conocimientos, permite autoridad infalible e implacable y permanente, da voluntad para hacer, decir y conseguir todo y no tener miramientos ni respeto por nadie. El poder enceguece de tal manera que obnubila al hombre y lo hace creído, pedante e intocable porque le resta conocimientos. El poder, pues, es contraproducente cuando no se sabe utilizarlo y manejarlo con humildad, sencillez, cordura, honestidad y respeto a los derechos de los demás; es bueno cuando se lo utiliza bien, es constructivo cuando tiene como base el conocimiento, la inteligencia, la capacidad para pensar y poner en práctica lo que se sabe.

La soberbia ataca a quienes, por ser inteligentes y capaces tienen medios para convencer, mostrar realidades y ofrecer lo que es posible. Pero, este mal da lugar a que los soberbios sobrepasen los límites de la realidad y crean que saben todo, no necesitan nada ni de nadie, se bastan por sí mismos, y quienes lo acompañan son “simples aditamentos de campaña”. La soberbia, pues, pierde al que tiene y al que no; en ambos casos, los primeros fallan por desconocimiento y los otros porque creen saberlo todo cuando les falta mucho de humildad, sabiduría para pensar y razonar, para ser prudentes, cautos y respetuosos.

En todo caso, para combatir la soberbia, rinde sus frutos la libertad de discernimiento, bien que rinde para bien y también para mal. Se olvida que la libertad que es positiva y constructiva, amplia y límpida, expontánea y propia de los espíritus sanos, la que no lastima ni restaña nada de los méritos ajenos, la libertad que tiene por norma respetar a los demás y confiar en principios de buena fe es la que cuenta y vale en la vida porque la libertad ha de vencer siempre porque está enraizada en la naturaleza del hombre y en sus relaciones con Dios.

Y cuando se habla de libertad, condición que posee nuestro país, es importante tener en cuenta que una sociedad digna y libre tiene la ventaja de contar con superioridad moral y se debe pensar que ninguno de los protagonistas de la campaña electoral prefiera la tiranía a la tolerancia; la dictadura a la democracia. En nuestro país, hay quienes dudan de la libertad para hacer lo que es necesario para el pueblo y para el propio gobierno; y hay quienes, resentidos y desesperados por su impotencia, ante las situaciones difíciles se inclinan más por las soluciones totalitarias. Ambas posiciones están equivocadas porque la historia ha demostrado que la libertad es la forma más segura de lograr el desarrollo y alcanzar el progreso con justicia social; y que el totalitarismo falla y fracasa siempre en el logro de fines propuestos y todo debido a la propaganda que, igual proclama lo malo que lo bueno.

El Libertador Simón Bolívar, al hacer un balance de lo hecho en las naciones libertadas y los alcances logrados, dijo: “el velo ha sido rasgado, hemos visto la luz y no se nos lanzará nuevamente a las tinieblas; nadie puede prolongar el pasado. Ahora, el único problema es determinar qué haremos con miras al futuro, cuánto daremos de nosotros mismos y cuánto lograremos haciendo honor a nuestra libertad y a su luz que nos muestra caminos claros de lo que debemos hacer”.

Y todo está librado a lo que podemos hacer con inteligencia, con decisión y voluntad de los que gobiernan y del pueblo mismo que debe y tiene que poner su buena parte en lo que se haga; y debemos hacerlo desde el sitio que ocupemos en la vida; cómo y cuánto podemos dar está supeditado a nuestra voluntad y valentía para encarar las dificultades. Evidentemente, no podemos superar muchos males mientras el gobierno no tenga la solidez, honestidad y responsabilidad que debe tener, porque los pueblos responden a lo que los gobiernos determinan con sus virtudes y cualidades, con una conciencia libre de posiciones retrógradas que surgen de la soberbia.

La campaña tendrá su mayor fuerza en semanas más y adquirirá poder de convencer a la ciudadanía que acuda a las urnas tanto cuanto haya respeto y consideración al pueblo; los políticos lograrán tanto cuanto abandonen la soberbia que hasta ahora los caracterizó y actúen con la sindéresis, el tino y la prudencia que son apropiados instrumentos del que sabe y puede, del que no hace demagogia, del que alberga propósitos sanos en su moral, sentimientos y pensamientos.