Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: viernes 10 de noviembre de 2017
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Como sostenía Sartori, la democracia puede adoptar muchas formas, es siempre perfectible, pero no puede ser "cualquier cosa”. Su construcción y desarrollo implica realizar el supremo esfuerzo de erradicar el tradicional legado de prácticas que la corrompen o que al menos la distancian de sus bien reconocidas virtudes.
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Clientelismo o “neopongueaje político” ¿ineludibles?
viernes, 10 de noviembre de 2017
Como sostenía Sartori, la democracia puede adoptar muchas formas,
es siempre perfectible, pero no puede ser "cualquier cosa”. Su
construcción y desarrollo implica realizar el supremo esfuerzo de
erradicar el tradicional legado de prácticas que la corrompen o que al
menos la distancian de sus bien reconocidas virtudes.
Bolivia no está ajena a la vigencia de prácticas que restan calidad
y brillo a su todavía joven democracia. Una de ellas es el
clientelismo, concepto asociado al reino de la prebenda para asegurar
lealtades y popularidad. Aunque la lógica clientelar no rima con
corrupción, bien puede ser su prima hermana, al extremo de camuflar
frecuentes hechos delictivos.
Al transitar por las turbulentas aguas de la política fui testigo
de la presión para sumergirse en el mar de demandas clientelares del
entorno directo e indirecto, como condición para la legitimación de
cualquier liderazgo político, presente también en el sindicalismo y su
dirigencia hoy empoderada.
Ante esta evidencia, resulta ingenua la demanda de mayor
"democracia interna” en las organizaciones políticas cuya ley se discute
en múltiples escenarios. Bajo el paraguas del clientelismo,
difícilmente ganarán líderes con visión de país, salvo que cuenten con
habilidades para lubricar la maquinaria de intercambios prebendales al
interior de la organización, de sus bases y dirigencia intermedia.
En otras palabras, a la par de desvirtuarse la idea de democracia
interna, se desdibuja también la posibilidad de consolidar un sistema
político fundado en "partidos programáticos”. De hecho, la dimensión
programática es eclipsada por el carisma y el engranaje que alimenta
expectativas prebendales, formalmente validado por un programa
edulcorado con algunas consignas estatolatras afines al "nacionalismo
revolucionario” arraigado en el imaginario popular y otras ofertas, como
"empleo "digno” y una mejor justicia parte de la agenda de "asuntos
pendientes”.
La creciente resistencia ciudadana a comprometerse políticamente,
sea como simpatizante o militante, me induce a sostener la hipótesis de
que el primer acto de intercambio clientelar se consuma a tiempo de
reclutar adherentes bajo la expectativa de "mejores días”, algún
estímulo tangible a cambio de su firma en el libro de registro y de su
voto a favor de sus candidatos, y jefes.
Un reciente estudio realizado en una localidad del extenso
territorio mexicano ( Freidenberg, 2017) concluye que la micropolítica
de relaciones políticas no sólo se nutre de vínculos programáticos, sino
también clientelares, los cuales suponen "otra forma de representación,
que se sostiene en las condiciones de marginalidad de la población, en
la alta rentabilidad del intercambio clientelar”, que convierte la
relación entre política y sociedad en la interacción no de ciudadanos,
sino de "patrones, intermediarios y clientes”.
Ivan Finot (Página Siete, 23/8/17) plantea que la prebenda
institucionalizada explica el subdesarrollo de los pueblos anclados en
la cultura política clientelar implantada desde la misma Colonia. Según
el autor, el "neopatrimonialismo” asociado al poder político se
caracteriza por: 1) el uso de los recursos públicos para fines privados
(por ejemplo, legitimación política); 2) el centralismo y la primacía de
los vínculos verticales sobre los horizontales, dando lugar al
clientelismo, y 3) el personalismo, al concentrar todo el poder en el
líder. Al ser el espejo de la dinámica política nacional, coincido en
la necesidad de impulsar una cruzada para extirpar estas prácticas
aparentemente ineludibles.
Pese a la promesa de cambio, 15 años después de "octubre negro” el
clientelismo ganó masa muscular, la bonanza sumó kilos de grasa para ser
parte consustancial del intercambio político cotidiano. Ingresa en
"época alta” conforme se intensifica el malabarismo reeleccionario
forzado inconstitucionalmente por el MAS.
Basta para ello, analizar el comportamiento de las multitudes
(clientela) movilizadas con este propósito, la lógica detrás de la
febril actividad presidencial en torno al programa Evo Cumple, así como
del desprestigiado y ahora reactivado Fondo Indígena. En suma, no será
fácil desmantelar los dispositivos que lubrican los vínculos del
neopongueaje político clientelar, ni los incentivos políticos y
electorales que los perpetúan.
Erika Brockmann Quiroga es politóloga.