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Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: lunes 05 de agosto de 2019
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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El escenario fotografiado por las encuestadoras, con muestras que no terminan aún de cubrir todo el complejo territorio nacional, presenta la debilitada supremacía de la fuerza oficialista, el inestable segundo lugar de un emergente y dubitativo candidato citadino, y el lento ascenso de una tercera fuerza que busca romper a contrareloj las barreras regionales que obstruyen su expansión nacional. Otros tres binomios no terminan de cuajar para intentar salvar las siglas de sus partidos y los tres restantes nacieron de la improvisación que los condena a la intrascendencia.
Tendremos, por lo tanto, en los 75 días que quedan de campaña, una competencia desequilibrada entre la aplanadora gubernamental y las dos fuerzas que disputan ansiosamente la cabeza de la oposición, y que buscan, casi en simultáneo, una segunda vuelta. Sin grandes diferencias en sus cifras, las encuestadoras coinciden a 11 semanas de las elecciones en el pronóstico de un posible nuevo triunfo de Evo Morales.
El oficialismo tiene por ahora controlados los factores clave para no correr el riesgo de perder el primer lugar. No consigue, sin embargo, asegurar todavía la contundencia de sus anteriores triunfos, pese a la superioridad de sus recursos competitivos. El leve ascenso que registran las encuestas a favor de Morales es aún insuficiente para que eluda la segunda vuelta y para que repita la superconcentración de poder que consiguió en las tres elecciones anteriores. Es decir, le resulta cada vez más difícil sumar apoyo de los indecisos o reconquistar a los desencantados, que le dieron antes muy cómodas victorias.
Para salir del atasco, se enfoca en capitalizar las dificultades y limitaciones de sus dos principales adversarios, que se disputan en esta parte decisiva de la campaña prácticamente el mismo mercado electoral, en una suicida “canibalización” de los votantes opositores, que rondan el 37%. Los estrategas oficialistas son los más interesados en que esa confrontación de sus rivales se alargue. Sólo así se explica la alegría del masismo por el ligero ascenso de uno y el descenso de otro de sus adversarios.
Mientras los dos opositores sigan disputándose los mismos votos, al oficialismo le resultará menos difícil buscar el apoyo que le falta de los indecisos para ganar en primera vuelta.
Este juego estratégico básico ha empujado a los actores políticos a una campaña hasta ahora muy “chata”, por no decir monótona. El candidato oficialista se ha limitado en las semanas recientes a la entrega de obras y dádivas, al reforzamiento de alianzas con sectores sociales y empresariales, al incremento de la propaganda mediática, y a las concentraciones masivas de sus seguidores, lo que le alcanza para no arriesgar el primer lugar que le dan las encuestas y administrarlo hasta la recta final de la campaña, donde los indecisos cerrarán la elección.
Por su parte, la oposición compite contra sus propias limitaciones y sin grandes sorpresas estratégicas que muevan de manera radical la aguja electoral. Ni siquiera la renuncia de algunos de los candidatos opositores ha provocado un impacto relevante a favor o en contra de alguien. Tampoco la presentación de las listas de candidatos al Legislativo ha tenido consecuencias notables, en una campaña intermitente y rústica.
La falta de sucesos electorales sobresalientes explica la invariable cifra de indecisos y de inconformes, que no baja aún del 20%. Habrá que suponer que más que carencias de ideas y de habilidades disruptivas, lo que hay en la oposición es una dosificación de iniciativas para disparar la artillería más certera en los días decisivos que vienen. Como está el escenario hasta ahora, el Gobierno tiene motivos para conservar la tranquilidad.
Tuffí Aré Vázquez es periodista, Premio Huáscar Cajías y Premio Libertad de Expresión 2019.