Medio: El Diario
Fecha de la publicación: martes 06 de marzo de 2018
Categoría: Conflictos sociales
Subcategoría: Problemas de gobernabilidad
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Así se han desarrollado nuestros menesteres; así hemos avanzado en el curso del tiempo. La clase obrera está perdiendo su pujanza y su prestigio. ¿No era la llamada a inflamar el espíritu revolucionario? ¿Dónde están esos trabajadores del pasado siglo, ésos que defendieron con uñas y dientes la democracia y la nación en sí misma? ¿Dónde están sus sucesores?
El problema es grave, y lo venimos arrastrando desde hace varios años. Como diría Giovanni Papini: “El problema actual no es únicamente de intereses y de razas, sino de civilización”. Porque ¿qué es el gobierno actual? ¿Os habéis planteado esa pregunta, científicos de la política y pensadores de la sociología? Ya no es una lucha de clases la que se libra en los medios y en las calles, sino una de justos e injustos; de respetuosos de la ley y de menoscabadores de la misma. Ya no es un choque de doctrinas liberales y proteccionistas, sino solamente una lidia de mezquindades y roñas. La teoría bellamente concebida en la mente de los lúcidos políticos, que (¡quiero creer!) los tenemos, ha de ser utilizada mañana, cuando se haya salvado la libertad, cuando se esté nuevamente por construir país, porque desgraciadamente, como se ve en el curso de nuestra historia, cuando entran los nuevos a ocupar las sillas de los viejos las cosas tienen que ser restituidas desde casi un punto muerto.
Los estudiosos y los intelectuales deben ponerse en pie de batalla. Las ideas que conciben deben ser puestas en consideración, porque, de otra forma, ¿para qué sirven? La academia es demasiado pasiva, y eso hace que no me guste. Los físicos hallan teorías, los químicos descubren medicinas, los ingenieros renuevan construcciones; todos ellos contribuyen y no son ajenos a la práctica.
Detrás de los cañones de Napoleón estaba Standhal, suministrando alimentos; en una que otra escaramuza del Cáucaso estuvo atrincherado Tolstoi…