Medio: La Razón
Fecha de la publicación: martes 06 de marzo de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Hasta que las masas de noviembre, como las conceptuó René Zavaleta, agrietaron esa hegemonía discursiva, trazando un nuevo horizonte. En noviembre de 1979, cuando los campesinos (esas “impolutas hordas de los que no se lavan”, como diría Zavaleta), bloquearon por tres semanas las carreteras bolivianas, y la Central Obrera Boliviana (COB) convocó a la primera huelga general en defensa de la democracia representativa, resistiendo al golpe de Estado liderado por el coronel Alberto Natusch Busch. Fue entonces cuando se instaló en el imaginario social, tanto del movimiento popular como de la sociedad boliviana en general el ethos democrático.
Después de un interregno dictatorial (por ejemplo el gobierno de Luis García Meza), en octubre de 1982, con la reconquista de la democracia, aquel ethos se consolidó como principio rector del campo político boliviano. A mediados de los 80, la galopante crisis económica y el fracaso de la izquierda abonaron el terreno para la implementación de ajustes estructurales. En ese contexto, la noción de la democracia se asoció con el neoliberalismo. Apareció la denominada “democracia pactada”. Superando incluso “los ríos de sangre”, los exadversarios políticos e ideológicos se unieron en coaliciones partidarias en aras de fortalecer la estabilidad política y, como efecto colateral, para consolidar la economía de mercado. Así, el sentido discursivo de la “democracia pactada” se articuló al neoliberalismo.
Al despuntar el siglo XXI, la crisis estatal en Bolivia supuso, por una parte, la extenuación del modelo neoliberal y, por otra, el agotamiento de la democracia pactada, que devino en una partidocracia que hizo ascuas. Su sentido discursivo empezó a evaporarse. En ese escenario, la movilización popular (vgr. guerras del agua y del gas) entrevió otro horizonte discursivo de la democracia asociado a lo que se denominó “proceso de cambio”, vinculado con la nacionalización de los hidrocarburos y la refundación estatal, entre otros aspectos.
La Asamblea Constituyente, resultado de ese ciclo de movilización popular, supuso la ampliación de la democracia. De allí surgió por ejemplo el reconocimiento constitucional de la pluralidad de democracias (representativa/liberal, directa y comunitaria), la “demodiversidad”, diría Boaventura de Sousa Santos. En el andar del proceso de cambio la cuestión de la reelección presidencial, a pesar del referéndum constitucional del 21 de febrero de 2016 (21F) que rechazó esa posibilidad, abrió la portezuela para que la oposición al gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS) esgrimiese el discurso democrático articulado al clivaje democracia/dictadura. Aunque ese discurso, más allá del respeto al veredicto al del 21F, no dice nada. La sola negación a una nueva repostulación de Evo Morales hace que se trate de un discurso vacío, sin significante. Esta pérdida de sentido, o de nucleación (como diría Ernesto Laclau), del discurso de la democracia quizás sea un síntoma de que hoy asistimos a una transición política y, en consecuencia, a una inflexión discursiva.