Medio: El Día
Fecha de la publicación: martes 30 de julio de 2019
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Hace cuarenta años América Latina pasó a ser la región más democratizada del mundo en vías de desarrollo y el entusiasmo crecía con el fin de las dictaduras, la represión, las torturas y las desapariciones que caracterizaron a las décadas pasadas. La gran esperanza surgió en la medida en que las élites políticas convencieron a la gente de que el nuevo orden podría mejorar radicalmente sus vidas.
Ese optimismo cayó de manera notoria con el nuevo siglo y para el 2010 la satisfacción con la democracia se redujo al 44 por ciento de la población, casi el doble del 24 por ciento que se declara conforme en la actualidad (24%), según lo manifiesta el estudio Latinobarómetro, que analiza la situación de 18 países del continente. Se trata del nivel más bajo de los últimos 20 años, mientras que la confianza en los partidos políticos sigue en picada, hecho que se hace patente en lo que ocurrió con el PT en Brasil y la derrota del PRI en México.
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) acaba de analizar este tema tan delicado, que podría suponer una visión popular proclive al retorno del autoritarismo y concluye que de mantenerse el estancamiento económico que perdura desde 2013, será difícil restaurar esa fe en la democracia que nació en los años 80 del siglo pasado.
América Latina sigue siendo una de las regiones más desiguales del mundo, donde persisten graves problemas de pobreza y desempleo, pese a haber atravesado durante más de una década, el periodo de bonanza más significativo de la historia. La corrupción, la delincuencia y una tasa de homicidios que cuadruplica el promedio mundial, no hacen más que producir hartazgo en la ciudadanía. “Cerca de la mitad de los latinoamericanos piensa que la mayoría de sus funcionarios locales y nacionales están implicados en casos de corrupción, y el 65% afirma que el problema está empeorando”, según indica el análisis del BID.
El otro factor que genera desencanto con la democracia es la fragmentación social, la prevalencia de sociedades divididas, la ausencia de consenso sobre cuestiones claves y la desconfianza en las fuerzas opositoras, que deberían ejercer el papel de acicatear el espíritu democrático que propone, debate y busca soluciones alternativas.
Paradójicamente, hemos tenido gobiernos muy fuertes en la última década, pero la democracia no ha conseguido solidez ni gobernanza, es decir, no se utiliza el poder para resolver problemas esenciales y el único resultado visible es cierto nivel de estabilidad, valor que también se ha roto en los últimos años en Brasil y especialmente en Venezuela.
El BID tiene una larga lista de tareas pendientes para que la democracia no caiga en desgracia, entre ellas, “fomentar la participación de la comunidad, el activismo de base y el desarrollo de medios de comunicación independientes que apoyen la participación política y promuevan sociedades civiles dinámicas; promover el espíritu empresarial: en vez de transferencias gubernamentales, tendrá que haber leyes y normativas justas que permitan la prosperidad de pequeñas y medianas empresas”.
El reto mayor de la democracia es “conseguir ciudadanos capaces de asumir la responsabilidad de sus propias decisiones políticas y económicas y conformar una clase media fundamental para la estabilidad y el buen funcionamiento de las democracias”