Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: miércoles 24 de julio de 2019
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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¿Creen que estoy por dar un sermón para el éxito electoral? Ni soñar. Estoy ofreciendo una salida garantizada al candidato acosado, que impresionará a sus seguidores, inspirará respeto en los contrincantes, y los liberará a corto plazo.
Víctor Andrade, mi padre, pese a su gran sonrisa, era conocido por ser hombre serio, además de gran lector. Era de mentalidad profunda y analítica, con la que ocultaba una ocasional vena de humor casi indetectable. En algunas (muy contadas) ocasiones en que algunas personas a quienes uno no quiere ofender, insistían en hablarle “en difícil” para estar a su altura, repitiendo insistentemente exigencias pesadas como yunques, mi padre recurría a esta frase para anunciar con gesto de dolor y voz profunda que debía ausentarse: “Estoy peristáltico, peripatético y patidifuso.”
Los impresionadísimos interlocutores no discutían su partida: quedaban indefectiblemente convencidos de que se trataba de un tema serio, y se sentían halagados por haber comprobado la sapiencia de su amigo Andrade. Si alguno demostraba haber comprendido, bastaba un intercambio de miradas para que la broma quede entre dos. La frase (que pudo haber originado con mi agudo abuelo José Salmón) tiene un hermoso sonido aliterativo, y no falla en causar efecto. Pocas personas se animan a preguntar qué significa, para no pasar de ignorantes, y la aceptan, gustando de lo retorcido, lo rimbombante y lo complicado.
En algunos casos, “hablar en difícil” es casi una necesidad, sobre todo en la política. Si no se lanzan unas cuantas palabras polisilábicas, los auditores no quedan suficientemente cautivados por la sapiencia del candidato. Yo, personalmente, no soy fanática de dichos enrevesados utilizador para impresionar. Además, la búsqueda de lo esotérico puede ser tramposa: hay palabras que son difíciles de leer y que también son difíciles de pronunciara sin torcer la cara. Desafío al amigo lector de esta columna a leer en voz alta esta pequeña lista, sin poner la boca en punta, abriendo y cerrándola como si fuese de un pez: “Melifluo, perspicuo, proficuo, incólume y ridículo” ¿Hicieron la prueba? ¿Se miraron al espejo?
Es fácil, y a la vez difícil, hablar bien. El mejor lenguaje es sencillo y correcto, pero locutores y presentadores televisivos, nuestros personajes oficiales, judiciales y parlamentarias han entrado al juego de competir en aparentar ser muy doctos, creyendo que lo complicado es más fino, más intelectual, y “más mejor”.
Lo único que hacen es debilitar su mensaje. El policía que informa que un hombre cometió “matricidio con instrumento punzo-cortante” dice algo profesionalmente cabal, pero sin el impacto de hablar del brutal “hombre que asesinó a su madre a cuchillazos”. ¿Y qué tal eso de “vejámenes cometidos en estado de ebriedad”? Si se trata de un despiadado borracho que destrozó a la pobre mujer a patadas, además de violarla, esa frase no es suficiente; casi no parece culpable.
Para parecer más cultos, algunos buscan que sus palabras suenen más rimbombantes. Leer, abrir y recibir son palabras perfectas, pero hay quienes se sienten felices cuando en una sola frase pueden hablar de “recepcionar, aperturar y lecturar propuestas”.
Volvamos a decir lo que queremos, sin vueltas ni rizos oratorios. Y con eso, mi querido lector peripatético, si es político, le deseo la mejor suerte. Ojalá que usted esté plenamente peristáltico y espero que no hubiese quedado patidifuso por haber leído esta columna que sólo busca que empiece su largo día con una sonrisa.
Lupe Andrade es periodista