Con este criterio, no resulta difícil distinguir entre los buenos estudiantes y aquellos que no son muy aplicados. Los malos, en particular, son aquellos que se contentan con la repetición de fórmulas y con la comprensión superficial de las cosas. Evidentemente, los esquemas rígidos son muy útiles para amoblar mentes y justificar títulos, pero nada valen cuando las circunstancias cambian y hace falta innovar.

Me permito esta pequeña digresión para ilustrar mejor las actitudes y reacciones del gobierno y la ciudadanía en ocasión del último 21 de febrero, día de la recuperación democrática.

En esta impresionante jornada de reivindicación, la protesta se tradujo esencialmente en la paralización de las ciudades. La dispersión de los puntos de bloqueo y la movilidad de quienes los mantenían hicieron que la arrogante promesa gubernamental de garantizar la circulación, a cualquier costo, fuera imposible de cumplir. Esta forma de protesta era preferible a las concentraciones masivas por una sencilla razón: resulta fácil para el gobierno llamar a los medios de comunicación afines y ordenar una cobertura mediocre de estos grandes encuentros ciudadanos. Sucedió en 2017 y este año, otra vez, la cobertura de las concentraciones fue escasa. Con los paros cívicos, en cambio, es más complicado negar o maquillar la realidad. Adicionalmente, es más difícil para los grupos de choque oficialistas amenazar o intimidar a una infinidad de pequeños bloqueos distribuidos por toda una urbe.

Al respecto, es posible concluir que los ciudadanos han respondido con éxito a las circunstancias adversas que impone el oficialismo. Está claro que las duras lecciones del autoritarismo han sido bien aprendidas y que la reacción está a la altura del desafío.

El gobierno, por su parte, demostró una sorprendente ausencia de imaginación. Aferrados a un libreto, recurrieron primero a la descalificación de quienes convocaban a la protesta, con resultados muy pobres, para luego dedicarse a algo que no suele funcionar muy bien: la negación pura y simple de la realidad. En ese sentido, siguiendo un esquema bastante gastado, las autoridades intentaron con poco éxito convencer al país de que los paros no habían sucedido. En las calles, las columnas de funcionarios públicos conminados a participar alimentaban con dificultad a concentraciones de reducida escala, con apenas el tiempo de tomar las fotos y videos necesarios para el aparato de propaganda.

Quedó claro que el oficialismo, con esa estrategia de concentraciones y discurso polarizador, repetía mecánicamente una estrategia que carece ya de sentido y que no puede acallar las movilizaciones ciudadanas.

Los ciudadanos tienen ahora la oportunidad de proponer nuevas ideas y alternativas para la recuperación democrática. Tienen la iniciativa y han demostrado una inventiva extraordinaria. En cuanto al gobierno, parece que ya es tarde para que aprendan algo nuevo, corriendo además el riesgo de aplazarse ante la Historia. Sólo toca esperar que acepten un periodo fuera del poder para aprender cosas nuevas. No perdemos las esperanzas, aunque al parecer los malos alumnos oficialistas han optado simplemente por hacer trampa…