Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: lunes 22 de julio de 2019
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
Dirección Web: Visitar Sitio Web
Lead
Contenido
Evo Morales ganará las elecciones de octubre. Lo hará con 10 o más puntos y su triunfo puede ser menos contundente que los anteriores, pero bordear aún el 50%. Esto es lo que concluye el politólogo Manuel Suárez, excongresista del MNR y asesor de candidatos que no son precisamente masistas. Su prognosis electoral está contenida en un documento de varios folios, expuesto brillantemente y reflexionado hace días por analistas y estudiantes de Ciencias Políticas de la Universidad René Moreno.
La hipótesis de Suárez se sustenta académicamente en técnicas de investigación de opinión pública como las encuestas y los focus group. Los argumentos de su pronóstico se apoyan en el análisis de factores como los atributos del candidato, el mensaje, la disponibilidad de recursos económicos y del aparato de poder, la estructura partidaria y el manejo de los mitos. En la comparación que hace el politólogo de los candidatos en carrera, Evo Morales aparece reconocido aún por parte del electorado como el más popular.
Además, su mensaje transmite más seguridad que incertidumbre. Como las emociones son claves al sufragar, concluye que parte de los votantes lo harán por quien ofrece certidumbre. A estas ventajas se agrega el manejo de los mitos y, si algo se levantó con fuerza en la última década es el paradigma del nacionalismo popular, difícil de derrumbar incluso en la venidera era del pos evismo.
Si hay algo que arriesgue la posible nueva victoria de Morales, pronosticada por Suárez, es el “efecto desilusión”. La oposición podría explotar en la campaña este enorme handicap. Sin embargo, Suárez cree que no ha sido ni será aprovechado por los rivales de Evo, que optarán más por la “guerra limpia” que por la “guerra sucia”, sin tomar en cuenta que la segunda vía es la que rentabiliza el “efecto desilusión”. Los opositores no tendrían ni los recursos económicos ni la predisposición a hacerlo, por lo que Suárez prevé apenas una merma del “voto blando” de Morales y una disputa electoral enfocada en los indecisos. En estas condiciones, el triunfo del oficialismo es casi seguro, considerando el extravío discursivo de los adversarios de Evo, el desequilibrio competitivo y, sobre todo, la fuerte vigencia del mito del nacionalismo popular.
Pero como la política es dinámica y a veces sorprendente, en el mismo escenario de reflexión académica he marcado ante Suárez y los politólogos al menos los siguientes cinco factores que pueden arriesgar el pronóstico de una victoria cómoda: el contexto internacional, las movilizaciones sociales callejeras, la economía, la unidad de la oposición y, el más clave, la conducta del nuevo elector.
El oficialismo tiene por ahora controlado parcialmente los primeros cuatro, lo que evita un escenario de crisis, que es lo que produciría su colapso. Ha gestionado el viraje de posiciones internacionales adversas, con el hábil acercamiento a gobiernos y a organismos extranjeros que eran hostiles. También usa su experiencia en el poder para desactivar conflictos y la economía se enfrió, pero no se derrumbó. Finalmente, la oposición sigue dividida.
Sin embargo, el control momentáneo de estos factores no garantiza que en los meses que vienen los intereses extranjeros favorables y/o desfavorables a Morales se queden fuera del juego electoral, ni que los conflictos sociales no escalen hasta desestabilizar a la economía. Aunque la unidad de la oposición parece improbable, un escenario complicado para Evo la puede animar a unirse para derrotarlo.
Lo que no consiguen hasta ahora el oficialismo y la oposición es controlar el quinto factor: el nuevo elector. Basta ver las listas de sus candidatos al Legislativo para inferir que no lo entienden ni lo hacen participar.
Quedan tres meses de la campaña más larga y de la disputa del poder más feroz de los últimos tiempos, con un nuevo elector para una mayoría de viejos actores políticos. Un electorado más urbano y joven para un gobierno aún fuerte, pero muy desgastado, y para una oposición fragmentada.