Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: jueves 01 de marzo de 2018
Categoría: Conflictos sociales
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Después del 21F ¿qué viene ahora?
Para contestar estas preguntas debe prestarse atención a lo que hicieron unos y otros actores, a sus métodos y discurso.
Analicemos primero el accionar gubernamental. Las acciones y métodos utilizados consistieron en movilizar a los empleados públicos, sujetos a los consabidos mecanismos de control, vecinos de las juntas urbanas dirigidas por militantes del MAS, trabajadores urbanos afiliados a sindicatos bajo control estatal y centenares de personas trasladadas de comunidades campesinas e indígenas cercanas a la capital, cuyos dirigentes militan en el partido de gobierno o fueron cooptados por éste.
Así, las acciones del oficialismo respondieron al formato tradicional,
basado en una organización piramidal y vertical, cuya dinámica depende
del accionar del líder o caudillo, y del reducido entorno de éste. Esta
matriz organizacional, que moldea al sindicalismo y a las organizaciones
políticas bolivianas, se remonta, al menos, a la primera mitad del
siglo XX, especialmente al período preparatorio de la Revolución de
1952. Y en el discurso, prácticamente repitiendo las gastadas consignas
e interpelaciones de principios del milenio (nacionalización,
descolonización, poder popular, proceso de cambio), acompañadas de la
insostenible tesis de las “mentiras” opositoras como explicación de su
derrota electoral en 2016.
Por su parte, la paralización de las ciudades capital fue resultado de
la acción de los colectivos y plataformas ciudadanas, organizaciones
vecinales y comités cívicos, que a partir de 2016 han venido
desarrollando una organización descentralizada, expresada en grupos
relativamente pequeños de personas, coordinando acciones con otros
grupos afines o coincidentes en sus objetivos (especialmente
preservación de la democracia).
Estas nuevas modalidades organizativas dejaron entrever flexibilidad
operativa, eficiencia en la coordinación territorial y preservación de
la autonomía grupal. Visto el proceso desde una perspectiva macro, se
trata de la aplicación del concepto de red a la organización social,
comunitaria y política, la que, según se ha constatado: i) genera
creciente participación social; ii) propicia el surgimiento de
liderazgos y redes grupales; iii) preserva, por ello, la autonomía de la
sociedad civil; iv) facilita la existencia de canales de comunicación y
de circulación de información, y decisiones; y v) al estimular la
constitución de más y más grupos, interactuando entre ellos, incrementa
la participación social, de manera incontrolable para el poder político.
No debe perderse de vista, empero, que estos procesos moleculares en el
seno de la sociedad civil fueron la respuesta a la ausencia de una
alternativa política renovada que canalice la creciente insatisfacción
social.
Pues bien, lo que se prevé de aquí a las elecciones de 2019, dadas las
configuraciones históricas de los actores, es que el MAS y su pequeño
grupo de dirigentes continuarán utilizando el formato tradicional de la
organización y métodos de movilización, y levantando todavía sus
desgastados objetivos políticos, aunque reempaquetado todo –esto es lo
lamentable– con un reforzado prebendalismo a costa del presupuesto
público.
Mientras que, al frente, continuará avanzando el proceso de
organización autónoma y descentralizada de sociedad civil, dándole cada
vez más potencia a la defensa de la democracia y al rechazo del
prorroguismo evista, sentando así las bases para que, en algún momento,
cristalice la nueva alternativa política, tanto en términos de
organización democrática como de liderazgo, a despecho de aquellos
sofistas que confiesan públicamente no tener “apego abstracto a la
norma” (léase Constitución).
Carlos Böhrt I. es Ph. D. en Derecho Constitucional y Derecho Penal.