Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: martes 27 de febrero de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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En riesgo de extinción
El ocaso de los insaciables
El espanto del que se enorgullecía al presentarse como gobierno de los
movimientos sociales, frente a la irrupción de movilizaciones no
controladas por partidos, ni por la cúpula de organizaciones sociales,
puede parecer contradictorio pero es completamente comprensible, porque
los movimientos sociales, como expresión de la pérdida de eficacia del
sistema de representación política, marcan los límites de la capacidad
de control y manipulación, que es el máximo anhelo y obsesión de
nuestros gobernantes.
Las movilizaciones del miércoles 21 han congregado a la ciudadanía que
actuó y actúa de manera autónoma, igual que a las formaciones políticas
y gremiales que conforman la oposición política, pero sería un desliz
mayor suponer que la segunda maneja a la primera y que puede reclutarla a
discreción. El movimiento espontáneo –llamémoslo el M21, por la fecha
en que se manifestó por vez primera- no se asimila ni contiene en
ninguna de las siglas políticas vigentes, ni en la fusión de todas
ellas.
La diferencia decisiva entre las organizaciones y los movimientos
sociales es que las primeras pueden ser secuestradas, alineadas y
subordinadas mediante la captura de sus dirigencias, como bien lo sabe
la dirigencia del MAS, experta de clase mundial en la materia, por medio
de una apropiada combinación del miedo y las recompensas.
Las más grandes e importantes organizaciones sociales están hoy a su servicio, así sea maltrechas y divididas, porque quebrantó a los dirigentes rebeldes y garantiza la fidelidad de los sumisos con candidaturas, cargos y todos los mimos que usa el poder para la domesticación. En cambio, los movimientos sociales, que no tienen jefes, estructuras, escalafones o estatutos le resultan indomables.
La gran fortaleza de las formidables explosiones de espontaneidad que
son los movimientos sociales es también la fuente de su más grande
vulnerabilidad. El movimiento social que nació en las urnas, oponiéndose
a la estrategia de eternización del régimen, ha madurado y define con
mayor precisión sus objetivos democráticos, pero ciertamente eso no se
convertirá en organización, ni en candidaturas.
De hecho, mientras más avance, será mayor la distancia que lo separe de
la candidatura oficial y de todos los opositores, tan caudillistas como
los que hoy controlan el aparataje del Estado.
Su importancia radica en que determina el entierro de la fase en que el
régimen disponía de un cheque social en blanco para legitimar su
actuación. Como lo presienten, pese a todas sus interpretaciones
unilaterales, el Presidente y su séquito empiezan a buscar nuevas
fórmulas de seducción.
Eso de que “estamos muy cerca de volver al mar con soberanía”, revela
su angustiosa búsqueda de remedios, que serán tan postizos y deleznables
como su programa electoral de masivo endeudamiento, como lo revela el
agente oficial ante La Haya, cuando corrige al presidente al decir “el
fallo de la Corte no es una sentencia que determine que Chile tiene que
entregar nada, es una obligación de sentarse a negociar con Bolivia de
buena fe”.
El cierre del capítulo de los regímenes corporativistas, de
los caudillos insaciables de poder, no se resuelve con candidatos
simpáticos o coaliciones oportunistas; requiere reafirmar y desarrollar
el programa de transformación productiva, democrática y ética delineado
en la Constitución, sustentándolo en un inclaudicable ejercicio
democrático y de autonomía social.
Roger Cortez Hurtado es director del Instituto Alternativo.