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Medio: Opinión
Fecha de la publicación: martes 02 de julio de 2019
Categoría: Representación Política
Subcategoría: Escaños
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Los líderes de los partidos políticos tienen hasta el 15 de julio la difícil tarea de escoger a sus candidatos y candidatas a los cargos de diputados y senadores. Están en juego 36 senadores (cuatro por cada departamento), 130 diputados (60 son Plurinominales, 63 son Uninominales y 7 diputados Indígenas de circunscripciones especiales) y, desde 2014, se eligen 9 diputados supranacionales (uno por cada departamento para el partido que gane la votación a Presidente de la República en el departamento).
El año 2000, a propósito de discrepancias con el entonces vicepresidente Tuto Quiroga sobre cómo salir de la crisis económica y política, el presidente Hugo Banzer, en alusión a la inteligencia de Jorge Quiroga y la lealtad de su propio entorno, acuñó la frase: “Más vale un gramo de lealtad a una tonelada de inteligencia”.
En países como el nuestro, donde el caudillismo y el hiper-presidencialismo son dominantes, el concepto de la lealtad ha sido prostituido y tergiversado. La lealtad, desde la práctica política real, se ha convertido en sinónimo de adulación, sumisión e idolatría.
Para el “leal político real”, todo lo que diga y haga su jefe es por definición incuestionable, obedece sin chistar. El “leal” jura tener con “el jefe” los mismos objetivos, los mismos ideales, los mismos valores. Es el amarrawatos. Adula sin límites hasta el colmo de la veneración.
El “leal político” se encarga de poner zancadillas al rival, de alimentar los chismes en el grupo, diseminar las mentiras entre “leales y desleales” y, sobre todo, estar al servicio de “el jefe” sin medida ni clemencia. Cuando los “leales políticos” llegan a ser legisladores, son obedientes seguidores de órdenes presidenciales, así fueran las más atentatorias a sus propios valores y absurdas en sí mismas. En un sistema así, la lealtad es a una persona y no a un sistema de valores y objetivos comunes. “El sistema político de esa naturaleza crea personalismos políticos, no ideologías ni escuelas de pensamiento” (Eduardo García, 2013). Por eso, ir contra la orden superior es impensable bajo un modelo de “lealtades políticas” como la aplicamos en la práctica.
De este tipo de diputados y senadores está lleno nuestro actual parlamento. A lo largo de estos años los líderes se han llenado la boca de cambio, renovación y una nueva forma de hacer política (...).