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Medio: El Diario
Fecha de la publicación: lunes 26 de febrero de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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En consecuencia: quedaron atrás las rencillas, los rencores y las bravatas, dando origen a un proceso, posiblemente, diferente, pero siempre con objeciones a las libertades. Con cortapisas al pensamiento político, al quehacer sindical y a las expresiones culturales.
Un hecho parecido se dio el 21 de agosto de 1971. Ha transcurrido 46 años desde que los enemigos políticos, irreconciliables en su momento, se dieron el abrazo y el beso en la mejilla con el mejor estilo de Judas. Intentaron restañar las heridas que aún sangraban.
El falangismo y el movimientismo, considerados entonces como los “instrumentos de la reacción”, hicieron coro en torno a la figura de un pundonoroso militar, que se desempeñó como titular del ministerio de Educación durante el gobierno de la Revolución Restauradora. Serio, inteligente y respetuoso fue aquel uniformado, con profunda formación cívica, que solía llevar un macizo anillo de oro en el dedo anular de su mano izquierda.
El jefe movimientista, conocido también como el político de la cachimba, había llegado a un acuerdo para conformar una alianza con su similar falangista, el fogoso camba, con fines de respaldar al líder del ejército boliviano, que promovió la revolución nacionalista. Ellos no coincidían con el esquema propuesto por el gobierno socialista, cuya última medida fue la nacionalización de la mina Matilde. Una medida estrictamente política.
En este marco surgió el Frente Popular Nacionalista conformado por las FFAA, el MNR y FSB. Se indicó, en aquella oportunidad, que dicho ente político representaba a un “gobierno para todos los bolivianos”. El documento de fundación fue suscrito en octubre de 1971.
La clase política se ha prestado siempre a jugadas un tanto dudosas y poco transparentes. Una realidad que se ha ratificado en dictadura y democracia. De veras que por esa angurria de Poder o el afán de medrar a costa del Estado, fue capaz de entregar el alma al diablo. Capaz de vender las cenizas de la madre con tal de alcanzar su objetivo: el gobierno.
Ello se ha visto en todos los tiempos y pueblos. Tuvimos y tendremos aún una clase política oportunista, prebendalista y desfachatada. Una que hizo y deshizo los destinos nacionales pensando solamente en sus intereses mezquinos y particulares.
Bolivia ha sobrevivido a las circunstancias políticas más difíciles y angustiosas por culpa de quienes se creían los “salvadores de la Patria”: los políticos. Ha caminado de tumbo en tumbo por los desaciertos que cometieron éstos que quisieron mantenerse en el Poder de manera perpetua. Esta actitud no es nueva sino que el país ya la experimentó en el pasado. Nuestros problemas actuales son el cúmulo de todo ello.
En suma: debemos evitar los errores del pasado.