Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: viernes 23 de febrero de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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editorial
Lo peor que nos podría pasar
El miércoles, miles de bolivianos en todo el país, salieron a las
calles. Unos lo hicieron para apoyar al presidente Morales que quiere
ser reelegido indefinidamente; otros salieron para rechazar esta
posibilidad. No vamos a decir aquí cuáles fueron más numerosos –aunque
muchas noticias e imágenes de esas horas fueron bastante explícitas–
sino que detrás de estas manifestaciones hay un tema de fondo y no se
reduce simplemente a querer o no querer a Evo Morales, o no querer “al
indio” como han dicho algunos oficialistas, sino en responder antes por
un principio o un conjunto de principios –que es lo que representan la
Constitución y la democracia– que por un líder o caudillo, por valioso
que éste sea. En otras palabras, el país debe, siempre, ser más que una
persona.
Decir que quienes salieron a las calles a defender el resultado del 21F
son de la derecha, odian a los indios, son vendepatrias o son de los
partidos neoliberales, es demasiado ingenuo a estas alturas. El malestar
con Evo no es por su condición de indígena ni porque haya sido cocalero
o haya nacido en Orinoca… No. De haber sido así, no habría sido nuestro
Presidente durante 12 años, con una popularidad pocas veces vista, con
un respaldo muy importante de las clases medias y populares.
Lo que sucede es que estos bolivianos, cuyo voto fue mayoritariamente No el 21 de febrero de 2016, no quieren un presidente que se perpetúe; no están de acuerdo con que no se respete la palabra que él mismo empeñó; ni quieren que se modifiquen las reglas del juego porque consideran que esto convertiría al país en una dictadura.
Aunque no faltan quienes tengan posiciones extremistas de uno y otro
lado, la mayoría de los bolivianos no está disconforme con el origen del
Presidente, ni añoran el retorno de los viejos políticos y mucho menos
responden al imperio o a la derecha o ultraderecha: simplemente no
comulgan con los abusos del poder, con el autoritarismo y con la
vulneración de las decisiones soberanas.
Perder por poco margen o perder porque hubo una "mentira" es perder
igual; y una de las reglas fundamentales de cualquier juego –incluido el
político y el democrático– es saber perder. Y eso es lo que le reclama
la gente al Presidente: aceptar una derrota democrática y obrar en
consecuencia.
Lo peor que nos podría pasar es que por no admitir lo evidente, se
empuje a los ciudadanos, que debieran ser el fin supremo de todo
proyecto político, a una confrontación involutiva; creer que defender la
democracia es solamente cosa de k’aras o poner nombre y apellido a la
esperanza de que la democracia se respete.
El paro del pasado miércoles fue por ello legítimo; y debiera ser leído y
entendido por el principal destinatario del mensaje, el Presidente,
como un llamado de sus compatriotas a revisar sus posiciones y preservar
su herencia histórica antes que su terquedad por permanecer en el
poder.
Aunque la política ha mostrado ser históricamente mezquina, no sería
malo soñar en que nuestros líderes vean más allá de sí mismos.
Muchos ministros deslegitimaron la protesta ciudadana, dijeron que fue
un “paro obligado”, cuando se ha comprobado que los que sacan a la
fuerza a sus empleados son siempre los gobernantes; muchos líderes de
oposición creen poder capitalizar este movimiento ciudadano para su
propio beneficio y también se equivocan.
Cuando se respete la democracia y se restituya el orden establecido por
sus principios irrenunciables, podremos discutir quiénes serán los
candidatos y cuáles serán nuestros futuros mandatarios. Lo peor que
puede ocurrirnos es perder todo esto de vista.