Medio: El Día
Fecha de la publicación: viernes 31 de mayo de 2019
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
Dirección Web: Visitar Sitio Web
Lead
Contenido
Vale la pena, en ese sentido, examinar
los perfiles políticos de ambos líderes, que se constituyen, entre nueve
candidatos y fuerzas políticas, como las únicas opciones de competencia
electoral real.
Sin embargo, antes de entrar en el detalle, acudiremos al notable sociólogo Roberth Michels, para conocer cuáles serían las cualidades principales que deben poseer todos los líderes. Básicamente, deben contar con: extraordinaria capacidad de oratoria; fuerza de voluntad; conocimiento amplio; convicción; autosuficiencia; y prestigio. Las dotes retóricas y la elocuencia es el fundamento del liderazgo, pues, por encima de todo, es lo que subordina a la masa. La fuerza de voluntad, tiene la virtud de reducir a la obediencia a las otras voluntades menos poderosas. El amplio conocimiento de la realidad, siempre conmueve a los que lo rodean. A su vez, la convicción y la fuerza de las ideas, infunden el respeto de las masas, al punto que provocan fanatismos. La autosuficiencia, aunque se acompañe de un orgullo arrogante, hace que las masas compartan su propio orgullo. También, el prestigio, es una cualidad que impresiona a las masas.
Comencemos, entonces, con el caudillo que ya tiene, rompiendo todos los récords, 13 años en el poder. Evo Morales es un líder carismático, tiene los dotes de un hombre construido con vocación para la política. Es un líder fuerte. Su condición y origen indígena juegan un papel importante en la fortaleza de su imagen y discurso. Tiene, en ese sentido, todas las cualidades enfatizadas por Michels. Empero, el tiempo en el poder y su excesiva concentración, habrían provocado irreversibles desajustes emocionales. La veneración y adoración de sus masas, en algunos casos ciega, han contribuido perniciosamente a esa convicción indebida de grandeza personal. Con su vanidad hipertrofiada, tiene síntomas de “megalomanía”. Ese estado mental anormal que presenta delirios de grandeza, con un sentido exagerado de autoestima, poder y deseos de liderazgo perpetuo. También, más allá de su extraordinaria elocuencia, su discurso, sobre todo en las clases medias, por la distancia que toma con los hechos, no tiene hoy credibilidad. En estos segmentos, se habría posesionado, más bien, como un conspicuo mentiroso, después de incumplir tozudamente los resultados del 21F.
Carlos Mesa, a su vez, tendría parcialmente todas aquellas virtudes que subraya Michels. Ciertamente, tiene cultísimas dotes retóricas. También, como historiador, conoce con amplitud la realidad económica y social del país. Cuenta con un gran prestigio intelectual que se afianzó internacionalmente cuando fungía como vocero de la causa marítima. Empero, carece de convicción y la fuerza que debe poseer todo líder. Es, más bien, pusilánime. Excesivamente racionalista, pretende llegar a la inteligencia, mas no al corazón. Y, eso, en política, es una superlativa desventaja. Un intelectual sin capacidad de despertar sentimientos en la masa. Puede, evidentemente, con ese perfil, captar la adhesión del electorado pensante y estudiantes jóvenes de clase media. Muy lejos del vulgo y el electorado de origen indígena.
Tenemos, entonces, entre las dos opciones que nos brinda el escenario electoral polarizado, por un lado, a un líder fuerte, desgastado, desmitificado, con la moral y discurso quebrantado. Por el otro, a un candidato dubitativo, débil y sin la convicción que requiere todo liderazgo, empero, con una gran ventaja coyuntural: puede condensar a su favor, el desgaste y descontento que se acrecentó, después del 21F, en gruesos sectores de las capas medias, en contra del régimen masista, quienes, en su gran mayoría, estuvieran esperando cual sería el candidato que de verdad pueda competir y hacerle frente al oficialismo. Inclusive, más allá de su propuesta y discurso.