Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: jueves 09 de noviembre de 2017
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones judiciales
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En pocas semanas se realizará la segunda elección de magistrados en Bolivia. La primera experiencia se realizó en 2011 y dejó muchos sinsabores; los resultados fueron simplemente deplorables.
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Rostros anónimos, promesas incumplidas, mismos errores
jueves, 09 de noviembre de 2017
En pocas semanas se realizará la segunda elección de magistrados en
Bolivia. La primera experiencia se realizó en 2011 y dejó muchos
sinsabores; los resultados fueron simplemente deplorables.
Recordemos rápidamente algunos problemas. En primer lugar, el
proceso de preselección de candidatos en la Asamblea Legislativa
Plurinacional fue apresurado, poco transparente y generó desconfianza
por la imposición de mayorías por encima de cualquier criterio referido a
los méritos de los y las postulantes. En segundo lugar, el proceso de
difusión fue insuficiente y no existió un conocimiento real de quiénes
eran los y las candidatas. Tercero, aunque se insistió en que no se
trataba de una elección con fines políticos, dichos intereses
terminaron contaminando el proceso.
Recordemos las tarjetas que se repartían a la población como guía
para el voto, con los números por los que el elector debía votar y su
posición en la papeleta –al estilo de una tarjeta de bingo-, denotando
una total falta de respeto, tanto a la ciudadanía como a los
candidatos.
Cuarto, y lo más grave, en dicha elección los votos blancos y
nulos triunfaron ante los votos válidos, de manera que la mayoría de
las autoridades investidas en los cargos lo hicieron con menos del 10%,
en varios casos con menos 3% de la votación. Y quinto, más grave aún,
con este innovador sistema de elección directa, lejos de mejorar el
funcionamiento del Órgano Judicial, empeoró, demostrando que era el
camino equivocado.
Seis años más tarde insistimos en aplicar el mismo mecanismo de
elección, al cual se han introducido algunas intenciones de mejora por
parte del Órgano Electoral, pero que estructuralmente arrastra los
mismos problemas anteriores. ¿Qué parte de la mala experiencia pasada
no entendimos para seguir insistiendo? ¿Es tanta la ceguera política y
las ansias de control que ni siquiera se intentó cambiar el
procedimiento? De hecho, este tema hubiera ameritado una reforma puntual
a la Constitución.
Si observamos atentamente la difusión de las imágenes y discursos
de los candidatos a las distintas instancias del Órgano Judicial en los
medios de comunicación concluimos que, como ciudadanos, nos convertimos
en espectadores pasivos frente a una realidad obvia y a la vez
desconocida.
Vemos pasar frente a nuestros ojos diversos rostros con nombres
desconocidos, hombres y mujeres en cuyos discursos se destacan
diferentes aspectos problemáticos del sistema de justicia y compromisos
más o menos enfáticos que proponen mejorar o transformar la gestión de
la justicia.
¿Quién no podría estar de acuerdo con cualquiera de sus propuestas,
o mejor dicho con todas a la vez? ¿Quién de nosotros no queda asombrado
ante los candidatos comprometidos con sus anhelos como digitalizar y
modernizar el sistema, mejorar la eficiencia y la capacitación del
personal, reforzar la independencia de poderes, coordinar con otros
niveles del Estado, resolver los problemas de retardación de justicia,
eliminar la corrupción, institucionalizar… etcétera?
Detrás de esta lista de imágenes y palabras, que por sus
características seguirá siendo totalmente anónima para la mayoría de los
ciudadanos hasta el día de la elección, están las grandes preguntas
sobre la utilidad de este proceso con un alto costo para el país, y que
más bien se convierte en un pretexto para confrontar al oficialismo con
la oposición.
María Teresa Zegada es socióloga y analista.