Medio: El Día
Fecha de la publicación: lunes 13 de mayo de 2019
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
Dirección Web: Visitar Sitio Web
Lead
Contenido
La verdad histórica de Bolivia se circunscribe a la segunda opción, que se agrava en el sentido de las nuevas generaciones votantes –identificados como millenials y centenials –que desconfían de la política o creen que representa una forma caduca de pensar, actuar o ser, con algunas excepciones puntuales. Es así que algunos noveles votantes asumen la tercera postura, por la ingenuidad de creer lo que ven o por el genuino deseo de ser parte de la sociedad civil participante activamente en política. Hecho que suele caer en desencanto cuando se empapa de realidad y comprende que hay elecciones que se compran, candidatos que se crean, hechos trágicos que se politizan o que la juventud es utilizada retóricamente junto al género; todo ello produce que el posible electorado vaya a engrosar la segunda opción.
Ya será de valientes adjudicarse la tarea de llevar adelante la primera opción, puesto que la situación social común es la existencia de una mujer-hombre masa, sin identidad ciudadana, restringido a la subsistencia y al hedonismo mediático, es decir, pasar la vida y no apoderarse de ella para transformarla. La consciencia del deber no es algo innato necesariamente, ya que puede uno poseer las condiciones genéticas para producir sinapsis pro-éticas, empero, la construcción social del individuo puede aniquilar nota buena semilla; por lo que es una decisión asumida desde nuestro empoderamiento racional como sujetos pro-sociales.
De esta manera, las ofertas electorales trabajadas, hoy más que ayer, desde el marketing político tradicional y digital, procuran aprovechar la homogénea forma rápida en la que vivimos cotidianamente, el fenómeno exprés dedicado a conseguir cuanto antes el objetivo anhelado. Por ello, es preciso recordar que las elecciones tratan de percepciones más que de razones, aunque el ideal raye en asistir a la “fiesta democrática” con el conocimiento suficiente para decidir en torno a un futuro deseable; la verdad es que se vota con el corazón –en un sentido de esperanzadora credulidad o de rabia sancionadora –que termina siendo favorable para el grupúsculo encaramado en el poder o la élite que se construirá en torno al candidato electo.
La perspectiva de los medios en general, sumado a las redes sociales en particular, es lo que se muestra lo que existe en la denominada realidad, lo demás aunque sea de urgencia, es desechado por no estar dentro del espectro coyuntural político. De ese modo, nuestra disputa electoral está mediatizada y eso no está mal ni bien, va con los tiempos de la ciber-democracia; lo que está mal es no reconocerlo y jugar a ser un prosaico candidato o elector.
En este escenario, candidatos desconocidos pueden ganar elecciones, en situaciones de crisis surgen estos avatares cuasi mágicos que transforman su destino junto al de su Estado. Sin embargo, en las próximas elecciones no tenemos rostros nuevos, oportunidades que aprovechar, delfines a quienes confiar el gobierno; aunque la percepción mediática predique lo contrario, pues es su trabajo posicionar una pos-verdad la cual terminará permeando casi la totalidad de las capas sociales, asentando una percepción como una verdad. Lo que importa es el mensaje en esta fase de la política práctica, analizado por muy pocos como se dijo líneas arriba; mientras que el candidato es el envase, como el perfume que no se vende en envase de plástico, trata de mostrarse como la respuesta exquisita a una pregunta que no se hizo; ¿por qué? Porque el candidato o su war-room no saben leer, investigar al electorado, dejando al azar aquello que debería ser vital: conocer a tus votantes. Siendo así, en política, la percepción es la reina de corazones, pero debemos recordar al estratega florentino Maquiavelo: debemos ser y parecer. Al no haber contenido, la percepción estanca el desarrollo de la responsabilidad de ser ciudadano, lo cual debe recordarnos a George Bernard Shaw: “la libertad significa responsabilidad. Por eso la mayoría de hombres la temen”.