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Medio: ANF
Fecha de la publicación: lunes 06 de mayo de 2019
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Los representantes del gobierno parecen no están conscientes de sus propios errores. Y eso los hace cometer equivocaciones políticas serias, sobre todo cuando acusan a dirigentes opositores de haber cometido irregularidades.
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Un ejemplo notorio de ello fue el caso Quiborax. Pese a que fue Héctor Arce Zaconeta y su equipo quienes condujeron la defensa estatal contra esa empresa de manera ineficiente e irresponsable, y terminaron haciendo que el país pagara 42,6 millones de dólares, el oficialismo acusó a Carlos Mesa con el argumento que el contrato con esa empresa había sido anulado durante su presidencia. Pero luego se supo que las autoridades bolivianas le prestaron a la parte chilena una computadora con información sensible y que Arce y su equipo rechazaron llegar a acuerdos con la compañía, que hubieran permitido pagar, primero, tres millones de dólares y, después, 27 millones. En una decisión no esclarecida hasta ahora, Arce Zaconeta y sus colaborados prefirieron seguir litigando y acabaron pagando, como ya se dijo, 42 millones de dólares.
Ese caso se convirtió en un tiro por la culata y al final fue conveniente para la oposición: esa acusación, en vez de amedrentar a Mesa, le causó indignación y lo impulsó a presentarse como candidato. Ahora es el opositor mejor ubicado en las encuestas.
Ahora ha sucedido algo similar: cuando la campaña de Mesa parecía afectada por la inamovilidad y los mensajes insubstanciales, ha venido el oficialismo otra vez para darle una mano: al acusarlo nada menos que de supuesta relación con el narcotráfico y de blanqueo de dinero por la venta de un departamento de los padres de Mesa, que fue pagado por el coronel Gonzalo Medina, hoy acusado de relaciones con el tráfico de drogas, el gobierno cometió un grave error. Nuevamente su incapacidad para ver sus propias faltas los hizo trastabillar.
Es que no se puede entender (ni aceptar) que el gobierno que ha envilecido a la política, que ha corrompido a cientos de dirigentes sociales en el marco del Fondo Indígena, que ha promovido a decenas de policías ligados al narcotráfico, que hace contratos sin licitación, que firma acuerdos con sobreprecios evidentes, tenga la osadía de acusar a un candidato opositor, en este caso, Mesa, porque vendió un departamento de sus padres.
Nuevamente ha habido un efecto búmeran y la promotora de la acusación, Susana Rivero, se encuentra en una posición incómoda, similar a la de Arce Zaconeta hace unos meses: ahora debe explicar por qué mencionó que el coronel Medina ya tenía posibles nexos con el narcotráfico en 2009, cuando se hizo la mencionada venta. Si eso verdad, entonces el ministro de Gobierno, Carlos Romero, y todo el Ejecutivo están en problemas aún peores ya que demostraría que prohijaron a un oficial de la Policía durante años aun sabiendo sus supuestos nexos con el narco.
Es que el Gobierno vive en un mundo al revés: tras haber promovido y protegido a Medina y a decenas de otros uniformados acusados de corrupción, tiene el descaro de acusar a terceros, por temas insignificantes. Y así les fue: las respuestas de Carlos Mesa y de su abogado Carlos Alarcón fueron de una claridad y una rudeza no vista en mucho tiempo.
Según se informó en corrillos políticos, el MAS tenía como objetivo evitar la confortación con Mesa con la idea de, precisamente, no darle importancia y tratar de que sea más bien Oscar Ortiz el candidato “polarizador”. Por alguna razón, el partido de gobierno no siguió esa estrategia y le dio un regalo al expresidente, a la vez que marginó del escenario político, por lo menos por unas semanas, a Ortiz.
Pero también es posible identificar que la campaña de Mesa ha cambiado de tono: después de haber apostado por una posición más bien contemporizadora con la figura de Morales, hoy más bien se decide pasar a la ofensiva, en un cambio de estilo que ha sido extraordinariamente bien recibido en los círculos de votantes opositores.
Pero ese cambio de tono tiene también otro efecto positivo para Mesa: como mucha gente cree que el expresidente es indeciso, entonces duda de votar por él porque piensa que el país podría volver a la inestabilidad de principios de los años 2000. Un Mesa más firme y más asertivo da el mensaje de que si llegara al poder, gobernaría también con esas características. Y eso quizás termine convenciendo a los indecisos.