Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: domingo 05 de mayo de 2019
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Václav Havel, en “El poder de los sin poder”, describe el totalitarismo comunista como una geografía perversa empantanada en una crisis moral poco a poco aceptada por la sociedad hasta confundir la verdad con la mentira y la propaganda con la realidad. Esta sociedad de espejismos —el espejismo de una sociedad— modela la conciencia de individuos sin pensamiento crítico. Así se destruye el imperio de la ley (también el sentido común) y se “fortalece” la fe política, indispensable para la consolidación y supervivencia de gobiernos antidemocráticos.
Las banderas y coros mazis en actos gubernamentales, los muchos casos de corrupción, las advertencias de cocaleros y “movimientos sociales”, las proclamas del “enviado” de Dios y su mensajero en los “miedos” de comunicación oficiales, recuerdan el panorama expuesto por Havel para explicar el funcionamiento de un aparato dictatorial. El mensaje es simple pero perverso. Advierte al individuo qué tiene que (no) hacer si no quiere ser eliminado, expulsado u obligado a huir del Estado Plurinacional.
La alternativa Evolinaria es peor: “Va a haber llanto y el sol se va a esconder, la luna se va a escapar”. Conmovedor. No es una idea fantástica de la política y sí un gobierno deshonesto para los “hermanos” beneficiando al grupo palaciego que corrompe lo que toca.
Todo vale en la administración cocalera. Me extraña que extrañe la violencia doméstica de funcionarios “capos”, la ineptitud de los ministros o la condecoración policial de un narco: para mí es peor violentar las normas del ajedrez compitiendo contra niños inocentes que respetan sus reglas. La ética está en jaque. La democracia liberal —vieja y honesta— ha echado alas y poco pueden ofrecer sus herrumbrosas raíces: milagro que un cuestionable TSE masacra asintóticamente prolongando la ilusión de opositores en juego ilegal con el Gobierno: no es la altura, Bolivia dijo NO. En fin, de inteligencia no van a morir… tampoco de unidad o humildad.
La reacción del pueblo brilla por su apatía y la COB, otrora gloriosa, se contenta con un aumentito de sueldo que acalla asomos de una higiénica censura siquiera diplomática. Detrás está lo esencial para dirigentes vendidos; intereses espurios disfrazados de “proceso de cambio” (cambio de “destino” de mandos militares y policiales). De estas miserias se sirve el autoritarismo sazonado de bovarismo, antipatía y, ¡proletarios del mundo!, un lujo ofensivo con los niveles de vida de los bolivianos: “trabajo es”, dicen los lambiscones repitiendo el libreto de corruptos que defienden sus sudores de “toda” la vida.
La verdad —me refiero a la plural—, pese a las elucubraciones de los sociólogos mazis y escribidores equilibristas para quienes el pan es vino y el vino MAS embriaguez de masas, es que vivimos en un mar de corrupción donde la única isla que queda colinda con la frontera natural del miedo, la indolencia y la resignación: todos robaban. Tal vez… no por eso el pasado tiene que repetirse ad infinitum.
El cambio implica repensar ideas y comportamientos. Reflexionar sobre vivir bien en libertad. Seguir la conciencia y alzar la voz contra la mentira de la que el autoritarismo es prisionero. Ejercer la dignidad de las palabras y denunciar la sinvergüenzura e hipocresía que ya no son algo aislado. La peste social avanza sin discriminar y pronto puede ser tarde.
“Una palabra verdadera, incluso pronunciada por un solo hombre, es más poderosa, en ciertas circunstancias —escribe Havel— que todo un ejército. La palabra ilumina, despierta, libera. La palabra tiene también un poder. Es ése el poder de los intelectuales”. Bolivia y la democracia esperan que cumplamos nuestro deber. Hay que expulsar a los cachafaces que se creen irremplazables. El resto parece simple. Daron Acemoglu y James A. Robinson actualizan la vieja receta. Consolidar un Estado de derecho, garantizar el libre mercado, siempre y cuando asegure reglas de juego equitativas para todos, y fortalecer el rol político de las instituciones para evitar su monopolización por élites delincuenciales, sociales, económicas o raciales. Democratizar el poder económico y político es la vía hacia la prosperidad: también la forma más efectiva de combatir la corrupción. Vale.