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Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: martes 20 de febrero de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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La escaramuza
Las razones del 21F
Este impase político, el más grave en el desempeño del gobierno masista, se explicó desde el oficialismo como el efecto que había tenido el escándalo Zapata que, como todos sabemos, terminó afectando seriamente la imagen del Presidente.
En realidad, el escándalo consistió en una secuencia de errores
gubernamentales y un manejo comunicacional desastroso, que derivó en una
negación de obrados que el Gobierno dio por llamar “la mentira”. Lo
cierto es que para ese momento, a diez años de gobierno, había elementos
de mucho más peso que la sociedad civil evaluaba silenciosamente.
Uno de esos componentes consistía en una saturación en el proceso
mediático de construcción de su liderazgo. La campaña comunicacional en
torno a la figura del Presidente aún hoy es tan directa, insistente y
desproporcionada que terminó produciendo el efecto contrario, duramente
exteriorizado en el No del 21F.
La imagen del mandatario se sobrecargó de tal manera que de ser un
líder carismático, encarnación de todos los impulsos de la historia
nacional, pasó a ser la imagen de un caudillo dispuesto a todo por
aferrarse al poder.
A este exabrupto de los recursos comunicacionales se le sumó una
ostentosa pretensión: no sólo era el más grande timonel de toda la
historia nacional, regional e incluso mundial, sino, además, gozaba
del monopolio de la verdad. Tanto Morales como sus asesores, ministros,
correligionarios etcétera, dieron por sentado que la única verdad era
la profesada por el jefe y sus acólitos, lo que derivó en que todo el
que opinaba o pensaba diferente pasaba al bando enemigo.
No repetir lo que sostenía el caudillo te convertía en neoliberal,
flojo, ladrón, mentiroso, vendepatria, proimperialista etcétera. Esta
actitud política develó la vocación totalitaria del régimen, pero
además, frente a las nuevas generaciones hoy organizadas en plataformas y
redes sociales, dejó el sabor desagradable de los liderazgos de antaño,
personalizados, egocéntricos, secantes artificialmente armados sobre la
ideologización masiva de la sociedad.
Si a todo esto se suma la dilapidación discrecional y política de más
de dos mil millones de dólares, parece bastante comprensible determinar
por qué Bolivia dijo No. A este festín de billetes se le sumó otro
bacanal de mayores proporciones, la corrupción del régimen, que batió
cualquier precedente.
Frente a esto no sirvió de nada tratar de convencernos que el país era, con Evo, una potencia, un referente planetario, un ejemplo universal. La realidad impuso su verdad, ni éramos Suiza, ni Evo era Dios.
En la trastienda de este escenario se fue armando lo que en realidad
rebasó todos los límites de tolerancia, el grosero y corrupto manejo de
la justicia, y la tozudez masista de imponernos autoridades “truchas”,
dóciles e incompetentes. La parodia en torno al Poder Judicial terminó
en el vergonzoso fallo que habilitó la re-re-reelección indefinida del
caudillo, pero semejante transgresión marcó el inicio del fin del
masismo y la emergencia de una clase política que no está dispuesta a
negociar su libertad y sus derechos, y menos el Estado de derecho.
Finalmente, el pueblo le dijo No al gobierno del MAS porque Evo Morales
pensó que su poder era tan grande que le alcanzaba para hacer lo que
mejor le viniera en gana, cuando mejor le viniera en gana y, además,
por tiempo indefinido; una hipótesis desastrosa, en este país los
prorroguismos terminan siempre en históricas derrotas por una razón
además muy simple: desde hace mucho sabemos que los que se creen
insustituibles lo único que logran es devastar el país, aniquilar sus
fuerzas, ahogar su impulso y subastar su futuro, y el futuro de sus
próximas generaciones. Por eso, entre otras cosas, le dijimos No el 21F.
Renzo Abruzzese es sociólogo.