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Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: domingo 28 de abril de 2019
Categoría: Autonomías
Subcategoría: Municipal
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Después del festejo viene el ch’aqui. No hay donde perderse. Y es precisamente sobre esta violenta resaca posalgarabía que quiero hablar. La Ley de Participación Popular cumplió 25 años de nacimiento y he sido una de las personas que ha soplado las velas del cumpleaños con el mayor rigor y ventosidad pulmonar.
Quede constancia, pues, de mi admiración por este proceso de democratización tan agudo desatado hace ya un cuarto de siglo. Empero, no es muy sensato que si mi venida al mundo fue el 18 de diciembre, el 4 de enero siga zapateando en honor a mis progenitores, la camisetita del Tigre con la que me envolvieron y el doctor que posibilitó mi alumbramiento. Ya está. Guardemos el trago y mirémonos al espejo.
Creo que la imagen que refleja no es grata. No podemos consolarnos con la certeza de que “los municipios están intactos y más rebosantes que nunca” y/o que “el MAS logró abrogar la Ley de Participación Popular, pero no logró restar validez a la extendida y pujante presencia municipal”.
Aquello no es cierto. En ese sentido, parto de una hipótesis: el municipalismo no existe hoy en día. Podría abordar esta premisa de partida ampliando mi reflexión al ámbito autonómico. Sí, sí lo podría hacer. Sin embargo, prefiero concentrarme en lo que denominamos y hemos denominado con pleno convencimiento desde hace ya tanto tiempo como municipalismo. Considero que el MAS ha destruido al municipalismo. Lo ha convertido en un espacio de reproducción ampliada de lealtades políticas, repartija desbordante de recursos fiscales sin una orientación programática clara y, sobre todo, generación de “nuevos ricos” amparados en licitaciones amañadas, creación de empresas fantasmas, proliferación de “diezmos” partidarios y peguismo a ultranza.
Por supuesto que hay municipios cuyo vigor no condice con esta suposición. No tengo la menor duda de que es así. Empero, incluso reconocer la presencia de municipios fulgurantes gracias a su empuje social y/o económico, no me permite escapar de esta hipótesis. ¿Por qué? Me explico.
Hay algunos rasgos que hacen comprensible lo manifestado: uno, el presidente Morales ha convertido la política territorial en un asunto de dádivas y no de desarrollo. El Programa Evo Cumple supone precisamente ello: encumbrar el regalo –llámese coliseo, canchita y demás– por sobre una planificación territorial con un sentido de mediano y largo plazo. Evo ha privilegiado el presente eternamente electoralista y ha desdeñado la construcción del desarrollo territorial con una mirada de futuro.
Dos, el MAS ha irrumpido en los confines territoriales con una lógica de guerra, cuyo propósito es copar territorios, no desarrollarlos. Hoy controla más de dos tercios de los espacios municipales bajo el “modelo Achacachi” que bien podría bautizarse como el “modelo Percy Fernández” o el “modelo Patana”.
¿Qué supone este formato? Pues la siguiente premisa: “manejen sus cuentas como les dé la gana siempre y cuando apoyen el hermano Evo cuando él lo disponga y/o los requiera”. Resultado: tienes un alcalde achacacheño, expolicía con un sueldo de 3.500 bolivianos, con una fortuna personal de más de cinco millones de bolivianos en su esforzado rol de burgomaestre; tienes un alcalde cruceño sometido a doña Angélica Sosa, sobre cuya figura pesan innumerables denuncias de corrupción y/o tienes (¡tenías afortunadamente!) a un Patana coludido con las mafias alteñas, encabezadas por don Braulio Rocha, rifando el tesoro edil alteño a estos prósperos aliados.
Es, pues, la lógica de matonaje que funciona como reloj: “yo te protejo y te dejo “ganar” si tú me apoyas políticamente”. Es lo que se denomina el ciclo de extorsión-protección tan propio de las mafias italianas, guerrillas colombianas y/o cárteles de la droga.
Tres, casi como el reverso de lo dicho en el punto previo, el MAS castiga a los que no se sujetan a la extorsión: “si no te cuadras, te cierro la válvula fiscal”. Los ejemplos abundan, pero seguramente el más resonante es el caso del municipio de La Paz que tuvo que ceder terrenos para el teleférico y a cambio recibían créditos para obras.
Es un ejemplo crucial pues el Gobierno Municipal de La Paz tenía y tiene un plan de transporte público que bajo ningún pretexto se hubiese aventurado a usar recursos públicos en una obra de la magnitud del teleférico. Los hubiese usado en su propio plan con mayor impacto y menores costos. Lo tuvieron que hacer. El poder de la plaza Murillo así lo exigía. ¿Desarrollo? Sólo si haces caso (al margen de que aún haciendo caso debes estar seguro de que como alcalde opositor van a intentar meterte un juicio, difamarte, amén de las acusaciones revocatorias que fueron, afortunadamente, prohibidas por un fallo del Tribunal Constitucional).
Cuatro, el MAS no ha buscado ni remotamente insertarse en la matriz regional a la que se abalanza la humanidad: la revolución urbana. No tienen idea de que el mundo ya tiene un 80% de seres humanos en ciudades, no sabe que hay millones que viven en tugurios, desconoce que las megalópolis son ya una realidad, ignora que las economías nacionales ya sólo existen por la presencia de sólidas economías urbanas, entre otros aspectos que en nuestro propio contexto han significado obviar el impulso metropolitano, menospreciar el abordaje de aspectos substanciales del presente como la ecología urbana, el desarrollo productivo urbano y/o temas propios de las ciudades como el desempleo o la inseguridad ciudadana. Ahí estaba la posta que había que tomar. No sólo que no se la, tomó sino que la consigna fue copar los municipios capitalinos a como dé lugar.
Y, cinco, como aspecto posiblemente de mayor relevancia: se quebró al interlocutor que precisamente permite hablar del municipalismo como un actor con voz propia: la Federación de Asociaciones Municipales, la FAM. Los momentos de municipalismo no se dan por el chapoteo aislado de dos o tres municipios que hacen noticia por cualquier razón, el desarrollo (incluso) exitoso de otros cinco o seis o la asistencia gubernamental a 20 o 30 gobiernos locales. No, los momentos municipales surgen y surgieron cuando la voz municipal es una, cuando los átomos municipales se cohesionan en torno a una propuesta y/o, sobre todo, cuando los fragmentos dispersos conocidos como municipios se parapetan como un interlocutor contrahegemónico al Gobierno. En ello reside el municipalismo.
Nuestra historia exhibe ese tenor compacto. La FAM no sólo surgió como una iniciativa autónoma sino que se catapultó como un actor capaz de congregar las dispersas voces municipales. Lo hizo al discutir el SUMI allá por 2002, impulsar los diálogos productivos municipales allá por 2003-4 y/o pelear por los recursos del gas allá por 2005. Ese era un actor municipal y no sólo un conglomerado anómico de partes. Quede, pues, la certeza: así como un conjunto de células no forman un cuerpo, un conjunto de municipios no consolidan un municipalismo.
En suma, debemos replantear el rol de los municipios en el desarrollo del país. Con este gobierno será imposible. Evo ha secuestrado a los municipios en este molde de corrupción, extorsión, a-urbanismo y/o silenciamiento. Es imprescindible limpiarnos ya de una vez la torta de la comisura de los labios y ponernos a trabajar.