Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: domingo 28 de abril de 2019
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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La pregunta que aún atenaza a muchos bolivianos es si Morales llegará a la elección y, más aún, si podrá gobernar sin agravar peligrosamente el riesgo de un colapso total del sistema democrático.
La credibilidad de los bolivianos en sus instituciones ha caído a uno de sus más bajos niveles. Después de algunos zigzagueos, el Tribunal Supremo Electoral dio aquella fecha, dejando la impresión de obediencia a los dictados del presidente.
Semanas antes, Morales había sugerido que la fecha original del 27 de octubre debía modificarse, pues coincidía con elecciones presidenciales en Argentina y Uruguay, donde hay más 100.000 bolivianos aptos para votar. El volumen supera al de cualquier ciudad intermedia boliviana, pero eso no garantiza votos, pues la abstención en las más recientes elecciones fue superior al 70%, aunque el partido oficial fue el más votado.
La marcha electoral boliviana ocurre bajo un agudo declive del Socialismo del Siglo XXI, la corriente en la que Morales milita y que ha tratado de mostrar una faz diferente del comunismo de Brezhnev o Stalin, incluso de Cuba. Pero ha estado distante de un pluralismo político auténtico y sus críticos dicen que no ha logrado ocultar las tendencias autoritarias a las que la corriente está asociada.
Los opositores a Morales creen contar con suficiente munición para convencer a los votantes que descarten a Morales.
Carlos Mesa, expresidente (2003-2005) no deja dudas de que un escollo principal que Morales deberá sortear será el fracaso en la Corte Internacional de Justicia (CIJ), donde esperaba obligar a Chile a negociar un acceso soberano al océano Pacífico. Bolivia, entonces aliada con Perú, perdió su salida al mar en una guerra con su vecino (1879-1883).
Para Mesa, portavoz de la fallida gestión, las consecuencias “están todavía por dilucidarse”, una advertencia de que Morales tendría mucho que explicar.
Otros presidentes bolivianos intentaron el siglo pasado abordar el tema y fracasaron, pero ninguno llegó tan lejos como Morales.
Aún no ha ofrecido una explicación detallada de lo que ocurrió. Perdió el juego en todas las líneas cuando el 1 de octubre la CIJ dictaminó que Chile no está obligado a negociar con Bolivia un acceso al mar. Morales desdeña las municiones políticas de sus opositores. Éstos, de su parte, no las ocultan.
Escuchen a Óscar Ortiz, 49 años, el rostro más joven de los presidencialistas bolivianos y figura ascendente en las encuestas que le aseguran siquiera un 8%, robusto frente al escuálido uno por ciento de hace pocos meses:
“Todas las esperanzas que generó (Morales) cuando llegó al poder han sido frustradas. Los pueblos indígenas están abandonados y los defensores del medioambiente son atropellados. Las medidas del gobierno han servido para distribuir empleos, no para generarlos. No tiene más qué dar. No se dedicó ni a la educación ni a la salud, tampoco a generar empleos estables. Se dedicó a una economía del consumo, que solo es alternativa de sobrevivencia, que asfixia al sector privado con multas, impuestos, sin que haya instituciones confiables a las cuales recurrir”.
Las críticas de los candidatos empequeñecen comparadas con las que empiezan a manifestarse por la derrota en La Haya, que Ortiz y otros líderes bolivianos consideran como la peor de la diplomacia boliviana. Les parece imperdonable que Morales se hubiese embarcado en buscar un nuevo mandato presidencial, en lugar de abocarse a reparar el daño causado.
El socialdemócrata Jaime Paz Zamora, 79, abanderado de un grupo de partidos, es también categórico y cree que la derrota ha sido un retroceso de 150 años para la diplomacia boliviana. La derrota ha sido tan aplastante que Paz Zamora cree que ahora se debe mirar con firmeza al Pacífico peruano, al Ilo, donde Bolivia posee un puerto libre, y esforzarse por orientar el comercio por las rutas fluviales hacia el Atlántico, a través de Puerto Aguirre y Puerto Busch. “Es el momento de un viraje decisivo hacia el oriente nacional y el Atlántico”, dijo.
Paz Zamora estuvo entre las primeras exautoridades consultadas por Morales sobre la cuestión marítima. Pero después se desmarcó y el año pasado rehusó sumarse a la delegación boliviana que escucharía el veredicto final de la CIJ en La Haya. Recientemente, Morales intensificó el fuego contra él al reavivar acusaciones de hace 30 años que lo vincularon con narcotraficantes.
Expresidente (1989-1993), en una entrevista para este artículo, dijo que proyectaba un cambio total en la política exterior boliviana, empezando por la “federalización de Bolivia” que implicaría una revolución, pues las decisiones relativas a las regiones emanarían de las propias regiones y no del Poder Ejecutivo basado en La Paz. Una iniciativa con la misma intención a fines del siglo antepasado derivó en una guerra civil y determinó que Sucre perdiera la capital de la república y que ésta pasase a La Paz.
Ortiz, en cambio, no cree que Morales tenga grandes propuestas para un nuevo período presidencial. “Parece que las ideas e iniciativas se le agotaron con fin del ciclo de precios altos de las productos que Bolivia exporta”. “Antes no tenía competidores en el exterior”, dijo. “Ahora sus mismos compradores, Brasil y Argentina, han desarrollado reservas de gas natural, que compraban mayormente de Bolivia. Además, nuestras reservas se agotan por falta de inversiones en exploración, y pronto tendría que importar para cubrir nuestras propias necesidades”, dijo.
Mesa ha sido el único en hacer un mea culpa asumiendo su responsabilidad en el fracaso marítimo. Morales no lo hizo así como tampoco ninguna de las autoridades que lo acompañaron en la gestión. Sus cancilleres han cerrado la boca herméticamente, y están ante una cuenta que parece momentáneamente congelada.
Mesa, al recapitular las jornadas en La Haya, asegura que Bolivia no se resignará a la inacción en la cuestión marítima. “Vendrá otro tiempo para encontrar caminos renovados en busca de este objetivo irrenunciable”, dijo.
Ese nuevo tiempo parece tener un capítulo importante en la campaña electoral que empieza.