Medio: El Día
Fecha de la publicación: lunes 19 de febrero de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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La “docena” tiene una significación emblemática especial. En los mercados y las tiendas todavía se compra y se vende muchas cosas por docenas. En el campo institucional, como disputándose alguna cosa, varias universidades otorgaron al jefazo más de una docena de doctorados por honoris causa, las que fueron vistas después con desprecio: “me siento feliz de no haber ido a la universidad”. Claro, ni para qué ir si aquello por lo que se va viene con sus pies por otro camino.
Sonó fuerte, como decíamos, esa cifra en la celebración. Y en verdad nadie hasta ahora logró permanecer tanto tiempo, sin causar ruido de sables en los cuarteles ni otros ruidos extraños, a más de los discursos altisonantes de autoalabanza. Empero, a alguien se le ocurrió comparar con los diez años de Andrés Santa Cruz. No corresponde. El tiempo cualitativo del Mariscal de Zepita, en función de lo que hizo y de lo que vale, es muy superior a cualquier mandatario del país.
En esa especie de balance, el otro día un vecino mío se me acercó confidencial, en la esquina, para decirme casi al oído: “¿Sabes? Tengo para mí que ningún gobierno hizo tanto daño a la causa marítima como el actual; hay documentos para probarlo... Mirá vos, si para conseguir que Chile nos escuche de buen grado (que es más que desear que lo fuera de buena fe) se ha ido hasta Holanda, es señal suficiente de que andamos no por buen camino, faltos de cordura y de buen sentido. Salvo error u omisión, claro está.
“Pero lo más significativo es a mi juicio – siguió diciéndome - que llegamos a la docena sin haber podido conservar íntegra y respetada la democracia; porque hay indicios alarmantes de que se quiere escamotear la voluntad soberana del pueblo, expresada en las urnas el 21 de febrero de 2016, recurriendo a subterfugios y chicanerías jurídicas”.
“Parece que se quisiera cumplir a rajatabla -concluyó el amigo - lo que dijo el Evo en un discurso, al empezar, en 2006: “Hermanas y hermanos: no estamos de paso; hemos venido a quedarnos”. Y eso, a mi entender, no es lenguaje de demócrata sino de dictador. Si se consumara el hecho, sería la más grande pérdida que sufriera el país en su vida institucional y política...”
En eso llegó el micro. Al subirse me gritó desde la puerta, sonriente: “mañana continuará”.
El autor es escritor,
miembro del PEN Bolivia.