Medio: La Razón
Fecha de la publicación: domingo 21 de abril de 2019
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
Dirección Web: Visitar Sitio Web
Lead
Contenido
La idea de unidad electoral no es ni tan nueva ni tan autoevidente. Desde las elecciones generales de 2005, ese quiebre, pero en especial en los comicios de 2009 y 2014, la unidad opositora (o su ausencia) es una lección no aprendida de diferentes partidos-sigla; unos permanentes, otros más bien efímeros. En todos los casos, el voto se dividió entre dos, tres o más organizaciones compitiendo contra el candidato oficialista. Como todo deseo insatisfecho, el “imperativo” de la unidad siempre vuelve.
En el actual proceso electoral, cuyos nueve binomios se habilitaron formalmente en la inédita/deslucida votación de sus militancias, la bandera de unidad también fue izada desde el principio. Más todavía considerando la disputa en torno al “factor repostulación”. Pero dicha unidad, con base en alianzas, no llegó. Ni para las primarias, con dos malogrados acuerdos; ni después, en el roñoso plazo fijado contra reloj para el efecto. No hubo tiempo, cierto, pero también faltó voluntad política.
Según revelaciones ex post de algunos protagonistas, hubo al menos un par de intentos relevantes de alianzas en las filas opositoras en el horizonte de un frente amplio. El primer ensayo apostaba por el binomio Carlos Mesa- Óscar Ortiz; el segundo, luego, por el binomio Ortiz-Soledad Chapetón. No prosperaron. En la danza de nombres se mencionaron también a Luis Revilla y Víctor Hugo Cárdenas. Hoy Mesa y Ortiz están enfrentados entre la oposición “funcional” y la “real”. Y Unidad Nacional, por mano propia, está fuera de los comicios.
Decíamos que la idea de unidad electoral no es autoevidente. ¿Unidad para qué?, ¿entre quiénes?, ¿sobre qué bases?, ¿con qué plataforma programática?, ¿qué estructura orgánica?, ¿cuál distribución de candidaturas?, ¿qué horizonte político? Tengo la impresión de que estas cuestiones todavía no han sido afrontadas ni, menos aún, resueltas. Priman yoes, purismos e intereses. Mientras tanto, prosigue la consigna: “la unidad es el camino”, en palabras del no candidato. O el comino, en versión ministro.
FadoCracia confesional
Si algo debemos reconocerle a este candidato vicepresidencial es su enorme fe. Tanta que podría mover montañas. Lo que no se sabe todavía es si logrará (re)mover votos. En democracia, está visto, hasta la fe tiene desviaciones y límites.
Donde no hay duda es respecto a su lucidez. Y sus afinadas certezas. Sabe por ejemplo que hay un eje del mal: Maduro, Ortega, Evo. Y un eje del bien: Bolsonaro, Trump, Netanyahu. “Los malos no ganarán”, augura. Como en las películas. Hay que “incinerar todo vestigio” de ellos, invoca. Como en la Biblia. Los buenos, en tanto, no necesitan pelear. Basta que estén quietos: Jehová libra sus batallas. Tanta, tanta fe. Si todo va bien, avivamiento de por medio, Satanás y la ideología de género serán expulsados en octubre. Y tendremos una Bolivia provida, recuperada, pro familia natural, libre, felizmente casada.
Dan ganitas de llorar. Ah, si los recién concebidos votasen desde el vientre. La paliza electoral que se llevarían el islam y el comunismo, esos invasores. Dios encima de todo. Y el amor, claro, el amor.