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Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: sábado 20 de abril de 2019
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones nacionales
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Estos tonos se acentúan especialmente cuando la inversión extranjera ingresó antes que el MAS llegue al gobierno. O sea, la inversión extranjera es buena cuando son los actuales gobernantes quienes le abren las puertas hoy, pero fue nefasta cuando lo hicieron los anteriores gobernantes.
La gente parece aceptar este raciocinio discordante y no hay opositor que se lance a hablar en contra de la nacionalización, ni siquiera a mencionar abiertamente que las reservas de gas aumentaron por la capitalización, marcada por la inversión extranjera, o que hay un gasoducto a Brasil también gracias a ese proceso. A tal punto llega esta incómoda posición para la oposición que ni siquiera son capaces de defender las políticas que otrora ayudaron a implantar o, incluso, fueron principales actores en esas decisiones.
De pronto todos los bonos son buenos para la oposición. Personalmente, los creo necesarios para Bolivia, una sociedad en la que, comparativamente con otras economías vecinas, hasta los más ricos no son tan ricos y los pobres están entre los más pobres del mundo. Sin embargo, antes que el clima electoral enrarezca el ambiente (¡y lo que falta todavía por venir!) muchas voces cuestionaban el otorgamiento de bonos, pero es impopular hacerlo.
También, ahora, en boca del más fuerte de los opositores, Carlos Mesa, hasta el segundo aguinaldo se ha vuelto inamovible, por más que es una medida técnicamente (desde el punto de vista de una economía sana) cuestionable. Se lo otorga como un premio a la productividad con un indicador que, por ser un promedio del conjunto de la economía, oculta las realidades sectoriales y regionales. Además, sólo alcanza a los trabajadores formales que no superan el 20% de la fuerza laboral y no todos ellos contribuyen efectivamente a mejorar la productividad.
Desde asociaciones empresariales emergen duros ataques, particularmente contra las elevadas tasas de crecimiento del salario mínimo nacional. Lo califican de afectar seriamente la creación de empleos, desalentar la inversión privada y favorecer, por lo tanto, la informalidad. El gobierno ha defendido este aumento como una medida de equidad al redistribuir el ingreso en favor de los más pobres y que, además, amplía el mercado nacional.
Así alcanza a 292 dólares mensuales, por encima al que se paga en Perú y Colombia (261 y 247, respectivamente) y muy cerca de los 294 del Brasil. Curiosamente, los candidatos opositores ni apoyan ni rechazan la posición empresarial ni proponen formas más equilibradas socialmente (como puede ser un impuesto al ingreso personal) que introduzca mayor equidad en el conjunto social.
Las voces de muchos profesionales que antes clamaban por mejorar la competitividad de la producción nacional devaluando la moneda nacional de pronto han enmudecido. Adheridos abierta o encubiertamente a partidos opositores ahora ya no hablan de los últimos días de Pompeya en la economía boliviana. Un mensaje optimista con relación al futuro emerge en su lugar y no les queda más que calificar de aceptable el nivel de reservas internacionales.
La crítica al aumento del endeudamiento internacional ya no es tan severa, y el futuro es tan radiante como el MAS lo colorea. No hay claridad conceptual ni práctica en ninguno de los bandos, oficialista y oposición, de cómo se evitará la caída de las reservas que son el principal contrafuerte que sostiene a la bolivianización.
Parece que también llegarán a unirse en la alternativa del endeudamiento externo sin medir los resultados productivos. En este punto hasta la cooperación internacional parece coincidir en la salida de aprendiz de brujo.
La economía boliviana presenta unos rasgos tan particulares, respecto a lo que ocurre con los vecinos y la clásica teoría económica, que los planteamientos para sostener su desarrollo y estabilidad requieren respuestas integrales con lúcidas visiones de su futuro. La ausencia de estos elementos en las apagadas voces opositoras hace que éstas se acomoden mejor a favorecer la posición del gobierno que al desconcierto interno que, indudablemente, invade las entrañas de los partidos opositores.
Esto no es necesariamente debido a que la economía se encuentra en las mejores circunstancias, sino a que, frente a la ausencia de visiones lúcidas, cualquier explicación que se haga, o se oponga a la versión oficialista, termina en una perspectiva que, en apariencia, da la razón al gobierno o el opositor se resta popularidad.
Así, aparece apoyando sus decisiones, incluso aquellas altamente ineficientes, irracionales o demagógicas. Una posición que, podría deducirse, es incómoda para la oposición.