Medio: Opinión
Fecha de la publicación: viernes 16 de febrero de 2018
Categoría: Representación Política
Dirección Web: Visitar Sitio Web
Lead
Contenido
Democracia y verdad
La democracia suele presentarse como la esperanza única para el
futuro político de la humanidad. Con buenas razones: la idea de que los
gobernados tengan oportunidad y derecho de elegir a quienes los
gobiernan parece ser el antídoto necesario para evitar no solamente los
abusos que puedan darse en el presente, sino también la temible
posibilidad de que aquellos que están en el poder utilicen el mismo
poder para blindarse frente a toda crítica y perpetuarse, mandando sobre
los demás.
Sin embargo, y esto es algo que ya vieron los
fundadores mismos del pensamiento democrático y liberal, la democracia
requiere de unas condiciones mínimas para prestar su verdadero servicio.
Es
necesario, en primer lugar, que los votantes estén libres de coacción,
engaño o manipulación. De otra manera, el acto esencial de la democracia
queda viciado en su raíz porque ya no puede hablarse de un ejercicio de
libertad basado en un discernimiento auténtico y completo.
La
libertad de coacción implica otras libertades: de expresión, de reunión
y, ante todo, de conciencia. La persecución o anuncio de violencia en
cualquiera de sus formas hace imposible un genuino debate y por eso
vicia a la democracia.
La libertad de engaño supone un pueblo
suficientemente informado sobre las personas, su trayectoria, sus
programas; y también conocedor de los problemas, las tendencias, las
consecuencias de sus decisiones. Ejemplo impresionante de hace pocos
meses tenemos en el famoso “brexit”: todo indica que muchos británicos
no estaban debidamente informados sobre las consecuencias reales de
dejar el marco económico de la Unión Europea. Las consecuencias apenas
van saliendo a flote. La libertad de manipulación supone niveles de
virtud que superan la miopía de las ventajas o ganancias puramente
personales, familiares o de partido.
Uno se da cuenta
inmediatamente de que esta triple libertad, indispensable para que la
democracia no se convierta en una farsa, no se da por sí misma. De
hecho, los graves intentos fallidos de crear democracias a fuerza de
ejércitos y bombas han producido terribles daños en Iraq, Afganistán y
Libia, por citar solo tres ejemplos recientes.
La custodia de
esas libertades básicas requiere educación, coherencia moral y también
instituciones que respalden y hagan real la discusión real de ideas y
propuestas. Típicamente esas instituciones han sido cinco: los medios de
comunicación, la universidad, los partidos políticos, las familias y
las asociaciones religiosas.
Lo que tienen en común estas
instituciones radica en tres puntos: (1) Protegen al individuo y su
libertad de expresarse, dentro de amplios parámetros. (2) Ofrecen un
mínimo ético que sirve de contraste a las ideas de modo que “no todo
vale.” (3) Poseen existencia social y pueden entonces actuar como
interlocutores frente a otros grupos sociales, el gobierno, o la
sociedad.
Es evidente que la persecución o asfixia de estas
instituciones implica el ataque a las posibilidades mismas de la praxis
democrática. En la medida en que la familia, la universidad o la prensa
se vean perseguidas, resulta cada vez más difícil evitar las tiranías o
totalitarismos. Y por ello es perentorio que estas mismas instituciones
aprendan a reconocerse y apoyarse oportunamente.