La cancillería ha sido diezmada del personal que con aceptable regularidad adquiría la experiencia necesaria en el manejo de las relaciones internacionales y las prácticas diplomáticas indispensables. Ni qué se diga de los servidores en el exterior, para sustituirlos por allegados o militantes políticos ajenos a los mínimos requerimientos.

Últimamente se ha acentuado este manejo mediante tres designaciones de embajadores que no han podido menos que llamar la atención pública. Se trata del ex magistrado Pastor Mamani del Tribunal Supremo de Justicia, quien en la inauguración de un pasado Año Judicial en Sucre, alabó verbalmente y rindió su admiración al presidente Evo Morales. Fuera de ese acto solícito no se le conoce ninguna otra condición diplomática. Lo mismo sucede en cuanto a la ex ministra de Salud, Ariana Campero, cargo ejercido en medio de agitación y resistencia del sector.

Se añade el caso de Ramiro Guerrero, ex Fiscal General, de connotada gestión errática. Es válido recordar que Guerrero favoreció a una joven médica forense en el bullado caso del bebé Alexander, ocasión en la que recayó un informe forense falto de credibilidad, pero que, desgraciadamente, fue utilizado como prueba contra el médico Jhery Fernández, en definitiva absuelto después del desenmascaramiento de la tramoya judicial.

La ahora embajadora en Cuba, había estudiado en la Escuela Médica Latinoamericana de la Habana. Apenas regresada de ese instituto ocupó el Viceministerio de Salud y a poco la titularidad de esa Cartera de Estado desde 2015 hasta el 2018. Esta meteórica y sorprendente carrera no le habría permitido poseer la experiencia que brinda el ejercicio profesional. Similar a los anteriores es el nombramiento diplomático de Rudy Flores, a su vez, ex vocal del Tribunal Constitucional y responsable de la resolución que faculta una nueva reelección de Evo Morales, contradiciendo el conocido resultado del referendo de 2016. Flores fue ubicado precisamente junto al desempeño de su esposa, persona que ejerce un alto cargo consular en una capital europea.

Es así como se viene premiando favores políticos, sin considerar una buena y solvente representación diplomática, obviando inclusive el manejo de los idiomas de los países en los que se acredita o, por lo menos, el idioma inglés de aplicación general. Ni qué decir de la promoción comercial y cultural que en todas partes del mundo es el eje alrededor del cual gira la misión diplomática.