Medio: El Deber
Fecha de la publicación: jueves 11 de abril de 2019
Categoría: Organizaciones Políticas
Subcategoría: Renovación dirigencias
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Con excepción del MAS, que responde a otro tipo de modelo organizativo, fuertemente anclado en la estructura sindical, las oposiciones partidarias han atravesado por infructuosos intentos de cohesión o recuperación de espacios de poder y liderazgo, y no lo han logrado, salvo en algunos contextos regionales. Para empeorar la situación, la próxima elección está marcada por condiciones institucionales y políticas adversas. La cancha está inclinada por el predominio del MAS, quien tiene casi control absoluto del poder público nacional, así como el dominio sobre los elementos discursivos y simbólicos que forman parte de la agenda nacional mediante sus políticas de gobierno, como son el desarrollo, la estabilidad, la lucha contra la pobreza, la igualdad, la plurinacionalidad y la inclusión social.
La coyuntura de corto plazo se ha agravado para los opositores por el apresuramiento de plazos que impuso el TSE mediante la aplicación de la Ley de Organizaciones Políticas, limitando las opciones de construir alianzas o la emergencia de liderazgos renovados. En este último tramo, los partidos más relevantes se han convertido en salas de negociación con candidatos externos, con excepción de Demócratas, que ha emprendido la tarea de construcción institucional con fuerza propia en acuerdo con algunas plataformas, y el MTS que ha decidido optar, sin ninguna alianza por la candidatura de su propio líder fundador.
La construcción partidaria está, y estuvo en el pasado, atada a la cultura de pactos. De hecho, el actual partido de Gobierno, está sostenido sobre una red de acuerdos con las organizaciones sindicales, en especial campesinas y gremiales, mediante una política de intercambio y negociación material y simbólica. Hoy, los partidos históricos habilitados para la próxima elección como el PDC, el MNR, el FRI e incluso UCS, se han dedicado a negociar su retorno al escenario político de la mano de candidatos ajenos a la organización que cuentan con fuerza y trayectoria propia.
Si bien este hecho los ayuda a salir del anonimato, los conduce a callejones sin salida y a situaciones verdaderamente críticas para la organización y su propia militancia; pues, en la mayoría de los casos, tuvieron que someterse en la negociación a condiciones desventajosas con los candidatos externos y sus entornos, tratando de que las personalidades conquistadas no migren a otra sigla que les proporcione mejores condiciones y mayor libertad de movimiento.
Esta negociación de personalidades, ya la vivieron antes de las elecciones primarias, hoy les toca negociar, probablemente en peores condiciones, el contenido del programa, los slogans, el perfil de las campañas, y por supuesto los curules para diputados y senadores.
Es obvio que en esta carrera contra el tiempo son los candidatos y sus entornos los interesados en convertirse en referentes para la ciudadanía, y donde pasan a un segundo plano las siglas que los acompañan. Duro derrotero para los partidos que pretenden sobrevivir a su indolente suerte, pero también se convierte en crítico el escenario para el sistema de partidos y para la propia democracia, pues estas lógicas refuerzan el personalismo, el pragmatismo, la falta de organicidad e institucionalización, y la cada vez más olvidada tarea de recuperar el espíritu de la política y su conexión con las necesidades de la sociedad.